martes, 31 de julio de 2012

EN EL FONDO DE UN CUARTO OSCURO



Es un fondo oscuro. Está Arturo, tirado en esa esquina, se lamenta, se queja, se cuestiona y sufre. No es así porque tenga unos días ahí, donde llegó por casualidad, pero no tanta. Él sabe que es menos la casualidad y más la culpa, por eso llora así, en silencio. Es la esquina de un departamento oscuro, olvidad y húmedo, un solo cuarto con colchón, todo nuevo, pero desierto, que no se puede mover.

- Son las tres de la tarde, no deberías estar aquí – Me dijo Camila, una prostituta de alto nivel, les llaman escorts, creo. Me tenía lástima, no aceptaba mi dinero por amor. Nunca supe lo que quería, ni siquiera si disfrutaba mi compañía o el sexo conmigo. Debería de ser lástima. – Lo sé, pero me quema. No tendrás una infección. No, me queman las ganas de estar contigo. – Se quedó callada. Yo no tenía dinero, pero Camila había crecido en mí como una adicción, me urgía cogérmela. Pero eran las tres de la tarde. Ella tampoco debería estar aquí. Hermosa como era me tomó del pantalón y me jaló a un cuarto sucio. Se arrancó la blusa y pude admirarle sus grandes y hermosos pechos bajo su brasier gris. No sé por qué estoy tan excitado. De pronto me bajo los pantalones sin pensar y ella mete su mano en mis calzones. Ya la quiero. Pero aprieta. No dice nada, sólo acaricia fuerte. Dolor y placer. Sigue hasta un ligero rasguño que tomo como jugueteo. Aprieta más fuerte ¡Es horrible! ¿Qué fue de nuestros momentos de pasión? Grito. Ella para. – ¿Tú le dijiste dónde vivo? Se lo llevaron, idiota, todo porque no te aguantas y no te puedes hacer ni una puñeta solo. – ¿Se llevaron, qué?
¡Román! ¡Se han llevado mi única esperanza! ¿Qué maldición mayor merezco de Dios para perder lo que me importa? Es porque soy una puta ¿verdad? Creo ser de las pocas que no disfruto cogiendo por dinero y de repente, ¡te lo llevas! Suena el teléfono. – Está en la zona industrial, ahí donde te llevé la última vez. – Cuelga. Malditos hombres, no pueden dejar su instinto de posesión y quieren ser dueños de todo.

Le di la pistola. Mi papá no la usa desde hace unos años, dudo que sirva. Suena mi celular. – No tiene balas. Lo sé. Te veo afuera en cinco minutos. Pero. – Cuelga. No me da tiempo de contestar, al menos creo que no me matará a mí; espero, yo no me llevé a su hijo.
- Tú vas a llevarte a Román, lo vas a traer al carro y ahí me esperas. – Eso me dijo Camila, su olor es casi tan alucinante como su dolor, su furia. Es una criatura exquisita. ¡Dolor! No puedo mover ni un músculo. Así se han de llevar las putas, con pistolas de electrochoques. Supongo que son muy desconfiadas, tiene razón en serlo conmigo. Avanza el carro, pasamos fragmentos de ciudad, hay luces, túneles, de repente hay autos y de repente no. Creo que salivo. Babeo. Beh. Un elefante se colum… más autos, menos luces. Puedo mover la mano. Está oscuro. Camila me apunta, terrible y hermosa. El cañón está en mi sien. Un lugar en sombras. Un edificio lúgubre sin ventanas ni esperanzas, así triste como la gente que no ha comido ni dormido.  Es peor que el sentimiento de la noche. A la noche no le temo.

-  Ve por Román, yo te alcanzo. Si no está, salte. – Camino por pasillos olvidados, puertas sin terminar y pisos sin pegar. Nada está rayado, simplemente está abandonado. El final del laberinto, los lloriqueos mudos de un niño.

Si por él te perdí, por él mismo te voy a recuperar, aunque le cueste la vida. Es estúpido, pero es como mi esclavo. Es mi súbdito; todo sea por sexo, qué estúpido se convierte el hombre cuando le encuentran su punto. Pero tú no serás así, Román. Tú serás distinto. Bajo del auto. Pasan diez minutos. Corto cartucho, “clinch”, como sea es un sonido aterrador. Este lugar me da asco. Me molesta tener que ir con este pervertido tétrico. Román sigue en mi pensamiento. Sin tacones, no vaya a pensar que vengo a ganarme su corazón, bastardo hijo de puta. Una puerta vacía. Dos. Cinco. En el fondo hay dos sombras bajo una tenue luz amarilla.
-  Ahí estás, Donatela. ¿Donatela? Cállate, Arturo, llévate a Román. – Ese puto degenerado no lo suelta.
 – Pero ¿por qué? este niño es de los dos. Déjalo aquí, que nos vea como familia.
- ¡Llévatelo, Arturo! – Me tiembla la mano. Lo agarra de su cuellito, pobrecito. La pistola pesa el doble, pero ese degenerado se mantiene ahí. Arturo se mueve, Raúl también, Román suelta lágrimas, grita. Cierro los ojos. Clinch.

No sé qué estoy haciendo en este lugar. Ni sé por qué llegué aquí; un hijo que no es mío, Camila que casi me despelleja y un degenerado que se quiere emparentar con una prostituta a fuerza de amenazar a su hijo con un cuchillo en la garganta. Todo es lento, pero veloz. Camila en su terrible necesidad maternal saca la pistola de mi padre ¡de mi padre! No se da cuenta y grita. Grito horroroso de muerte. El hombre cierra su mano sobre el cuello del niño, veo a los ojos de Camila que se cierran. Todo es caos. Acerca el cuchillo. Me lanzo sin idea hacia el hombre. ¡Bum! Román llora más fuerte, grita ¡Bum! Berreos y gritos del hombre ¡Bum! Piso ¡Bum! Dolor. Silencio.

Ahí está tirado, lloriquea Arturo porque tiene al menos dos litros de sangre bañándole la cara. Gritonea peor que Román, él es hombre a sus pocos años. Arturo chilla porque no siente las piernas. No tiene odio, no tiene angustia, no sabe lo que es matar. Aún así me dio la pistola; Román está muy callado. Romancito de mi alma; mi luz. Puto Raúl degenerado. Pero ya no te hará daño. Todos están callados, nadie te va a lastimar. Ahí en la oscuridad en la que sufre Arturo por no volver a caminar, grita como apagado, no sabe apreciar, que al menos, él todavía puede respirar.

martes, 24 de julio de 2012

SERVICIO

Te vengo a ofrecer un servicio
Una mueca al principio
Un olla de presión

Te garantizo que no hay que comprarlo
en esto no hay presión,
vengo y te lo regalo
es mi más grande ambición. 

No soy vendedor ambulante
y no hay nada de truco
te garantizo, que no soy un simple amante

Lo que te doy es sólo para ti
pero el precio es caro, 
es de color rubí
y que lo den ahora es raro

Aquí el dispositivo para comenzar,
es  el corazón mío, con el tuyo me has de pagar
para que sin guerra en este amor
pueda ser vicio
yo para siempre el tuyo, y tú para siempre el mío

A M.L.

miércoles, 18 de julio de 2012

LA ESPERA EN EL IMSS

Lo trascendente de un requisito burocrático es que desde que te levantas, ya tienes el letargo más grande del mundo. Desde el momento en que sabes que más tarde en el día irás a encontrarte con largas filas (sea lo que sea) y con papeleos aparentemente inútiles. No importa si ya hiciste todo el pre-registro en línea.

No sólo soy un nini, sino que soy un nini que tiene que sacar su número de seguridad social porque así en mi hipotética chamba tendré el poder de una inscripción al INFONAVIT y así abrir mi crédito hipotecario para una casa de huevo donde la gente cree que puede vivir con una familia. Uno sí, a toda madre en cuarenta metros cuadrados, pero ya con chamacos y mujer, ya cala. En fin, yo nunca he querido ser asalariado, pero como soy más flojo que los tornillos de un taxi chilango, creo que eventualmente mi necesidad de comer y beber bonito me exigirán conseguir algo estable, por más denigrante que sea.

Para evitarles detalles inservibles, me sitúo en mi automóvil llegando por copias del acta de nacimiento, de la IFE y del CURP. Recuerdo que la primera vez me ensartaron con $50 porque no traía la curp impresa, entonces váyase a la papelería de aquí a media cuadra y que le impriman su curp. Y ahí voy de pendejo. Esta vez encontré un estacionamiento no muy lejos, me hice de valor y con papeles en mano me encaminé hacia mi burocrático destino. La visita a cualquier delegación del IMSS es fabulosamente aterradora. Es una entrada grande, hay filas de personas saliendo hasta la banqueta. Entre ellos pude ver alguno que otro que parecía no tener prisa, ni estar nervioso, ni ocupado. Simplemente, era un cazador. Algún coyote. Entro directo a la mesa de ayuda (así le llamo yo, la verdad ignoro si tiene un nombre. Le trato de explicar que yo ya tenía mi número pero que lo había perdido cuando me dio una ficha y me indicó ventanilla. Ni tiempo de dar las gracias, ahora me tocaba esperar.

El lugar, repleto de gente sentada, enfrente, como una fortaleza enemiga, se extienden las ventanillas que todas sirven para un propósito diferente, parece ser. En la espera pude ver que se venden sueños por las paredes, entre los montones de personas esperando a veces son más de ayuda que los propios funcionarios. Una vez que logré encontrar asiento en una esquina escondida (por ello no me explicaba lo de la fila afuera) me puse a ver la parafernalia de personas que merodeaba por el lugar. Mujeres que vienen solas, detrás de ellas (o al lado) hay uno que otro hombre que furtivamente mira su trasero. Detrás de las ventanillas parece haber un mundo grande con muchas computadoras de tecnología antiquísima. Tanta gente y uno esperando. En la zona de créditos hay siempre un grupo de sátrapas cazando a los derechohabientes desavisados. Estos seres míticos reparten tarjetas que prometen "¡Más lana para ti!" con la obviedad de una oveja al lado del eslogan. Entre ellos hay uno que me llama más la atención, el espécimen ideal: Un vendedor de "créditos preaprobados" con chaleco verde, blanco y naranja con la leyenda de "Yo tengo más lana para ti". Tiene sus brazos cruzados y mira a todos lugares como un centinela aburrido. Viste zapatos toscos de gamuza con suela de goma, jeans clásicos con el azul más marino, camiseta morada bajo el gran chaleco y para que no se confunda con cualquiera, él sí lleva reloj. Un campeón entre los vendedores de créditos.


Además de estos agentes-coyotes-magos-falsosmecenas están todas esas personas que no consiguen asiento y están al acecho de uno (el mío, claro está). Creo que cederé ante la presión ocular, no importa si la numeración electrónica que anuncia los turnos con la voz de alguna colombiana o venezolana, dice que faltan al menos veinte personas más antes de mi. Lo bueno es que vengo armado de un libro y de un chingo de paciencia. La incertidumbre es vasta pues el orden de los números no es seguido y hay que estar al acecho del altavoz extranjero que se va del 808 al 3452 en todas las ventanillas posibles, así, al azar.


Por fin se acerca mi número y me avecino de la ventanilla cuatro, mi predilecta donde llevo toda mi documentación preparada. 2134 a la ventanilla 4, 2135 a la ventanilla 4, 2136 a la ventanilla 4 y yo tengo el 2138, ya no falta tanto. 5293 a la ventanilla 19, 1243 a la ventanilla 1, 1908 a la ventanilla 13, 2011 a la ventanilla 5, 1019 a la chingada todo porque llevo otros quince minutos aquí parado.

Me fijo fuertemente en la ventanilla 4, el hombre parece estar disfrutando la vida, en mi lógica del lugar y el momento (después de una chingada hora) me era normal, pues de seguro tendrían que atender una cuota máxima y para eso hay que tomarse su tiempo. Después llama a las personas por su nombre, acuden con él y se van contentas. ¡Qué la chingada para cuándo... 2168! Por fin, sonriente y con papeles en mano voy. ¿Ya tenías número o vienes por nuevo? - me dijo el muchacho. Ya tengo, lo que pasa. ¿Me presta su identificación? - se la doy, como debe de ser. Yo le llamo, espéreme allá. Me uno al rebaño, una fila atrás de las sillas donde hay gente parada viendo a las ventanillas como zombies. Hago lo mismo, no ha de tener nada de malo, y espero mi nombre. Llego emocionado, me entregan mi IFE y mi número en una carta sellada. Era todo. El pinchi papeleo, pa' qué. Dos horas para eso.

La clave está en estar trucha, no tener miedo, pues si no es la gente que trabaja ahí, los demás que esperan siempre están contentos de ayudar en algo, después de todo ellos tienen que esperar al menos otra hora, les sirve de distracción. Llegar, ignorar la fila, venir armado de tus papeles, paciencia, libros, celulares, incluso acompañantes; cualquier cosa para distraerse. Entonces llegas a pedir ficha para tu trámite, donde te dirán de qué vas, qué necesitas y te darán tu ficha, pero sobre todo y lo más importante, te dirán una cosa: ¡que esperes!

lunes, 9 de julio de 2012

Corta carta a una vaga amiga

Te tengo aquí como la incertidumbre del tiempo. Estamos rodeados de ciudadanos, de ruido, de gente intransigente. Me veo avasallado por tanta tecnología, tanto cartel que me grita "cómprame". Es la época del año, a veces pienso, pero en realidad es todos los días, ya sea en tiempos electorales u ocasiones navideñas, la ciudad cada vez se vuelve más agresiva. Tengo esa necesidad impetuosa de quererte, pero es toda esta saturación que no me deja decidir si te quiero a ti o al par de zapatos con 25 por ciento de descuento en las rebajas por la excusa maravillosa de quién sabe qué. Es por eso que me distraigo me paso la vida rogándote que llegues conmigo, para cuando te tengo me he olvidado de qué quiero tener si a ti o a tu ausencia y así me confundo en el sino de las ecuaciones abismales que se encuentran entre tú, yo y el no me entiendo. Eres tú, eres mar, eres vida, pero al mismo tiempo, descubrí que puedo vivir sin ti. Tengo aire para regalar, tengo excusas varias para presumir por qué mi vida es mediocre, aunque también poseo un deseo constante de tirarme a los abismos cada que puedo. No sé si soy yo quien camino hacia ti sin rumbo, o si es que camino algún trecho que me aleja de tu esencia. Como quiera que sea te escribo hoy porque ayer se me hizo tarde, estaba atolondrado en el tráfico de ideas ajenas, así que no pude llegar a ti, aunque le presuma a mis amigos lo mucho que me haces falta; todo eso que me haces bien. Te tengo presente todos los días, finjo que no te necesito, pero contigo hasta respiro, vivo, sin tener que decirlo. Contigo soy un niño, poesía.