viernes, 31 de agosto de 2012

PROFESOR (DEMAGOGO)



Busca sagaz, una rima tenaz
sin ser su conocimiento
más que una nota fugaz.

Crear bajo el juramento
de que creer es el mejor ungüento
para la ignorancia cualitativa
y la estupidez cuantitativa.

Un prestidigitador de frases
que rondan cuales aves rapaces
sobre cabezas mal adornadas
y un montón de corazones incapaces.

lunes, 27 de agosto de 2012

DÍA DE LLUVIA - Parte 2


Un fuerte viento se cuela por las ramas del guayabo hacia la ventana, ahora que acabe esta partida Javier se decidirá a cerrarla. Tal vez no. Sopla más fuerte y entra bastante agua. Pero está reacio a cerrarla porque puede perder una vida, con eso el récord y quizá la partida. Va en ascenso perfecto y ¡un trueno espantoso! Cae agua a raudales y se le hela la espina. Desconcertado dispara a todos lados y aprovecha su confusión para cerrar la ventana, ya hay un charco en el piso. Nunca había sentido miedo por una sola tormenta, pero estar tan cerca de ella, expuesto por su ventana abierta, le dio un poco para temer. Pero todo tranquilo, no había perdido la vida.

En media hora ha recorrido una cantidad cercana a un kilómetro. No parece tan poco, pero en este mundo en el cual los autos supuestamente nos acercan más rápido a otros lugares, es paradójico cómo a veces hacen los trayectos más lentos y pesados. Ya la lluvia anegó todo por encima de las llantas. Todos encienden sus luces a media tarde y el aire acondicionado calienta las manos de Ximena. La gente no acaba de comprender que se mueven tan poco porque está inundado y son demasiados. Tampoco entienden que el claxon no es un artefacto mágico que hace que se abra el camino. Qué estrés. El cielo está gris pero parece una cascada. La marca de gasolina está ya muy cerca de la e, pero no hay luz que se prenda todavía, no hay  de qué alarmarse.

Va una hora de juego y la lluvia parece no amainar. Todo está bien mientras las paredes se mojen y su juego continúa con tranquilidad. Desde aquel trueno no escucha más que lejanos golpeteos del cielo, pensar que hasta ahora ha perdido sólo una vida es impresionante. Luego un trueno más cercano y potente. Es raro que con la lluvia no se haya ido el internet. Llega otro trueno de mayor duración. Le sorprende más que la luz no se haya ido. Un estruendo que atraviesa las paredes, las ventanas y llega directo al miedo en Javier. No sabe si es una señal de las nubes que le advierten sobre apagar su aparato antes de que algo peor pase. Pierde otra vida. Se asoma al patio que ahora parece fosa. Dos truenos continuos. Esto se torna más angustiante para Javier. Pero el juego está bien. Sube el volumen de la televisión y todo es disparos, explosiones, gritos de ayuda, pero no truenos, eso no.

La luz de la reserva se ha encendido. Lo ventajoso es que a unos trescientos metros está una gasolinera, lo mejor es que está sobre el nivel del agua que casi tapa las luces. Al principio, cuando llueve, una se siente segura porque va en carro, pero con el cielo así de gris – voltea a ver al cielo – bueno, ya no tanto. Pero eso no es lo que asusta, sino que cuando vez para abajo y en vez de llantas ves agua – le dice Ximena al despachador. De pronto una rama enorme cae sobre los autos, llega a abollar uno de ellos. Esa pudo haber sido Ximena, le llega la desesperación y el alivio. Muy amable, le cobran y le dicen que se pueden estacionar al lado mientras se tranquiliza el tráfico. Ximena sigue su conejo. Se estaciona, se escucha un trueno a lo lejos, allá donde el cielo sigue negro. Mira por sobre su cabeza  y suspira ¿cómo estaría Javier? ¿Tendría el miedo que ella? Por una parte qué bueno que no vino.

Los golpeteos de las gotas se intensifican sobre las ventanas de Javier. Más volumen. Otros truenos sordos. Dos víctimas más, eso le da ánimos. La lluvia parece cantarle a Javier, le anuncia que haga lo que haga caerá. No, son ideas mías – se dice Javier mientras se tapa con su cobija. Un trueno más intenso. Voltea al guayabo y no le ve más que la rama que apunta a su ventana ¡Lo matan de nuevo! Tendrá que comenzar de nuevo, cuando se apaga todo: el juego, internet, la luz. Sólo queda el ensordecedor clamor de la lluvia y los relámpagos amenazantes ávidos de protagonismo, hambrientos del miedo de Javier. Más allá de eso todo es silencio. No sabe si buscar las velas o esperar a que la luz regrese. Prende su celular para no quedar a solas en tal tormenta. La lluvia baja y se da cuenta de la batalla de gritos que había entre su  tele y la lluvia. Ahora un callado goteo. Es hora de ir por las velas. Va en la puerta cuando un estruendo infernal lo hace gritar de miedo, voltea al guayabo que tiene una llama discreta a medio tronco. Qué cerca siente la muerte Javier; aún siendo niño. El fuego se disipa rápido. La luz vuelve. Javier duda si tomar el juego o no. Qué importa, la luz retornó y la lluvia se calmó. El guayabo resuena. Javier siente calor, abre la ventana, ya no hay tanta alarma. El juego comienza y baja el volumen de la tele. Un crujido más. Quizá más volumen ayude; una granadas para allá y ¡el maestro ha regresado, señores! El guayabo se vence y cae. TheMaster__MexComander quiere verlos arder. El guayabo continúa cayendo, apunta su rama como una lanza. Algunas vidas por aquí y otras más que ha salvado para si mismo. La gravedad es implacable, el guayabo atraviesa el umbral y se entierra en la cabeza de Javier como un hacha en la madera.

Qué caos. Al menos ya está en lo seguro. Ximena sólo ve una horda de automóviles atorados bajo pocas gotas ya. Todos se apeñuscan al lado de la rama, para rodearla, pero nadie deja pasar a nadie, no hay comprensión. El agua comienza a bajar y ya sabe su madre que hoy no alcanzará a ir, sólo falta que baje más el agua y se regresa a casa. Javier, no se la pasará tanto tiempo solo. No busca entenderlo. Mira al cielo y ya no hay gris, está un amarillo que viene del horizonte, muy extraño. Baña a todo del mismo tono vivo. En frente, como tomando los colores que olvidó el sol, hay dos arcoíris. Fuertes y definidos. Ximena piensa en uno para Javier y otro para ella. Qué preocupación y qué tristeza le da. Si tan sólo saliera un poco, dejara de estar encerrado, podría apreciar el mundo en el que realmente vive, donde sólo tiene una vida y por eso debe aprovecharla.

miércoles, 22 de agosto de 2012

DÍA DE LLUVIA - Parte 1



Era él de tarde, de madrugada y de día. Siempre el cabello largo a medio peinar porque mamá se enojaba si no se ponía gel. No quería ser el niño que ella le decía, pero tampoco deseaba desagradarle, al fin de todo era su madre. Todos los días, era su culpa, que si ya traía el pelo largo, que si el uniforme estaba roto, que si la cocina sucia… y más ahora que eran vacaciones. De lo que sí podía estar contenta era que Javier siempre comía. A pesar de verse flaco, todo lo que iba a la mesa desaparecía. Quizá sería que no limpiaba su ropa o desatendía la cocina, aunque órdenes directas nunca desobedecía. No podía alegar que no tenía tiempo, porque en esta época, aunque no había viaje planeado él ya tenía en mente saciar una de sus adicciones: jugar videojuegos como un desquiciado. No comprendía por qué su mamá no lo dejaba disfrutar el juego a sus anches si ya no había escuela. ¿Qué interés tenía ir con la abuela? Y más con las nubes tan negras afuera.

Ahora con las modas en educación  Ximena no quería discutir de más con su recién estrenado puberto de doce años. La colonia era chica y segura, no sabía cómo ganarle amigos a Javier. Quizá fuera porque su padre se fuera allá afuera y nunca volviera. Puede también que sólo se trate de que el niño sea raro. Es una incertidumbre grande, una quiere que jueguen afuera y crezcan, que sean felices y tengan amigos, no como una. Pero qué tal si no le sirve, o si contrariarlo lo trauma. Hacer esto sola y a estos años. Aunque sea que conviva, sino conmigo con el resto de su familia. Seremos pocos pero nos queremos mucho. Mi mamá, mi hermana, Javier y yo. No conozco lo que sienta el niño, aunque ya no lo sea tanto, tampoco es tan hombre. No sé si le haga bien jugar hasta aburrirse o mejor obligarlo a que vaya con su abuela, como si hiciera algo más de provecho viendo tele junto a Chavela. Al pensar en eso no me pongo triste, pero me doy cuenta lo jodidos que estamos.

Javier no entiende a mamá, esta tarde, tan solo ésta, no quiere ir con su abuela. Le aburre tener que escucharlas a ella y a su “abue” hablar de todas las enfermedades. Cuando les va bien platican de personas, pero a la mayoría no las conocen y todas terminan enfermas o muertas. Luego queda la tía Chavela que desde su accidente se pasa viendo novelas de TvAzteca. Lo más molesto es que no le puede cambiar porque todas lo regañan y al final se resume en que fue su culpa. No esta vez, por favor mamá – dice Javier como arrastrando la voz, alargando las vocales. – Bueno, pero te quiero ver afuera cuando me vaya – le ordena mamá ¿Por qué afuera si se ve luego, luego que va a llover? Quiere que haga amigos pero no sabe que ellos no quieren juntarse con él, no les interesa verse con alguien que no sabe de música y que ni un bote de plástico puede patear. Mamá no sabe que los niños pueden ser malos, pueden golpear, aventar piedras, insultar y no hay nadie que lo defienda. Ni un hermano mayor que regrese a tirarles rocas más grandes. Las mamás olvidan que los niños pueden ser casi igual de crueles que las mujeres.

Ni modo, si tanto ha de insistir en quedarse yo me voy – pensó Ximena. Nomás que si se inunda la casa, ya verá, le quito ese juego hasta por un mes. Ximena toma su chamarra, decide no decirle nada a Javier, igual y así aprende. Lo bueno que hoy se riega el guayabo. Contrario a la palmera, el guayabo sí creció algo, da buena sombra al cuarto de Javi, de por sí le cuesta dormir. No me tardo, mi vida – le grita, a lo que responde un bisílabo “okei” largo y tendido, sin espíritu ni fuerza, eso ni siquiera llega a flojera.

Todo listo para la jornada de juego. Se cerciora de haber cerrado todas las ventanas, las mira de frente y en todas mira su reflejo: blanco, pelo medio grasoso y ni una espinilla, todavía. Es el maestro de la casa. Nadie juega como él y que ahora se prepare el internet porque llega TheMaster__MexComander; con doble guión bajo, eso no se le ocurre a cualquiera. Enciende la consola y el módem, pero antes hay que pasar a la alacena por unas galletas y un refresco, no quiere dejar el escenario a media partida por falta de recursos. Se pone en el sillón al lado de la cama, las galletas sobre de ésta y el refresco en el piso. Mejor abre un poco la ventana, porque aquí va a hacer calor y al lado del guayabo ve un rayo. Es mejor idea estar adentro que afuera.

El tráfico está insoportable. Ni siquiera ha comenzado a llover y ya la gente se está abultando. Lo bueno es que la madre de Ximena vive lejos, al otro extremo de la ciudad. Lo malo es que su casa queda lejos y Javier de seguro está solo. La tecnología, como sea, le sirve de mucho. Le habla a su madre por el celular y le avisa que estará atorada en el tráfico un buen rato, pero que ya va de camino. Javier no quiso venir. No sé, son vacaciones, esta vez lo dejé, en una de esas se aburre y hace otra cosa – le platica Ximena. Mira el cielo negro, caen las primeras gotas y ella cierra la ventana. Mira por el retrovisor, parece que en casa ya estaría lloviendo. 

domingo, 19 de agosto de 2012

MAÑANA

Mañana, con lo largo que es mañana,
se hace corto el hoy
tan pequeño es el tiempo que pasa
que lo gastamos todo al pensar en mañana

miércoles, 15 de agosto de 2012

¿ALGO QUE LE HAGA FALTA?





Estaba ahí. Un restaurante de lujo, para mí. La veía llegar, siempre elegante, en sus cabellos negros, vestidos coloridos y su novio llamativo. Quisiera estar con ella en silencio. Algunas tardes vienen, ríen y se van por la noche. Ríen o parecen hacerlo. No sé si es amor o será la soledad, pero ella es más de lo que imaginarían los antiguos griegos, al describir la belleza. Sus ojos grandes y voz amable me provocan; me empujan a vivir y a verlos sin saber qué hacer.

Otro día que vienen, ella muy elegante y él indiferente, cual modelo de revista. No puedo imaginar cómo puede pasar un segundo sin admirarla. - La mesa cinco, te toca a ti. Me dice el capitán y no creo, no puedo, es la misma mesa y sólo veo. No está Guillermo, será porque es enero. Aunque haga frío se sientan en la terraza, ella en vestido negro y collar de perlas, un abrigo que se rehúsa quitar. No siento nervios, no siento nada. Él revisa su teléfono y ella busca a alguien en el restaurante, es un cisne. Estira su blanco y delgado cuello, entreabriendo un poco los botones debajo del collar y entreveo su escote; su cristalina piel no muere de frío. Desconozco por qué creo que sufre, apenas y levanta la mano. Tengo que ir, ser profesional. Es mi trabajo. Antes de llegar, el hombre ríe voltea hacia ningún lado.

¿En qué les puedo servir? – Soy un tonto, ni siquiera arrojo el saludo inicial, tienen que ser bienvenidos primero. He cometido mi error, no puedo hablar más. Tráiganos lo de siempre – me avienta él, indiferente; mira hacia todos lados, no ve nada en realidad. Me atrevo a confirmar con ella, su sonrisa amable me da permiso de huir de la mesa. Es increíble cómo mantiene la compostura frente a tal muestra de desdén. O ella es sublime, o va detrás de su dinero. No sé cómo me atrevo a pensar siquiera que ella fuera capaz de tal vileza. Entro a la cocina y veo que no sé qué es lo de siempre. Si tan sólo yo fuera Guillermo. Me deslizo con pena hasta su mesa, admito mi error. Él se impacienta. Ella, conciliadora, me ordena un par de chardonnays y carpaccio de salmón. – No importa, gracias. Me agradeció ese ser divino, qué sutileza, qué calidez, qué ilusión tan irreal. Parece una exageración pero es una realidad. Moriré sin ver a esa estrella en todo su resplandor.

Siempre bajo el mismo yugo. Qué dicha de estar frente a ella de respirar el mismo aire. Qué tristeza tenerla de frente e ignorar la alegría que brinda ella. Pobres ricos, a fuerza de buscar la felicidad al final del camino, no se dan cuenta de que está en la vereda. Pasan una tarde gris, a pesar de mi embelesamiento. No logro concebir cómo un rostro tan dulce puede ser ignorado tanto tiempo. Parece en pausa, no se inmuta más que para responder – ¿Algo que les haga falta? – él levanta la mano y ya; ella se enciende de nuevo a la vida, sonríe amable, me mira con esos ojos enormes ¡Llenos de beatitud! – No, gracias. Frente a ella temo decir cosas de más, estar más del tiempo justo a su servicio, pasar tantas veces que pueda llegar a molestarla. Se me olvida que tengo otras mesas qué atender. Hay todo un resto de comensales impacientes, enojados, hasta hambrientos quizás. Es muy extraño, de verdad raro, que a un restaurante como este la gente venga porque tiene hambre. Las personas que llegan aquí, lo hacen para denostar poder, entretenerse, congraciarse, vienen a ser alabados con la excusa de una bebida o un alimento, a veces los dos. Acuden a estos lugares a conversas y disfrutarla vida; además, los alimentos gourmet tienen el permiso de estar mal racionados porque son justamente eso, “gourmet”. Por eso es raro ver gordos por aquí, aunque nunca falta el político que vende humildad por televisión y aquí se acaba el erario.

Caigo en la tentación, aunque sigo lejano me desplazo de a poco a su mesa y rezo con exactitud “¿Algo que les haga falta?”. Por vez primera habla él – La cuenta. Me dispongo a retirarme. Gracias – me sorprende su voz, melodiosa y fría, calculada para ser todo ternura. Me volteo y la veo a sus ojos tristes, me sonríen. Bajo la mirada.

Guillermo vuelve al servicio y ocupan la mesa cinco. Quisiera ser de esos meseros de confianza que se acercan a saludar aunque sea para dar la bienvenida. Pero ése no soy yo, es Guillermo. Han de ser muy especiales pues de seguro él será el nuevo capitán. Llego a la cocina no noséqué comandas y a pedir platillos, en silencio – ¿Qué es esto? ¿Que? ah, un pato asado en vino blanco. La próxima apúntale bien si sigues así de mudito. – me regaña. Sí, claro cómo sea. Voy a mi rincón atrás de la puerta. Que se abre y con ello me acompaña una leve cachetada y un chasquido. – Eh, aquí, bruto. Tenemos mucha carga, ve si Farid necesita ayuda. Sí, señor. Camino, esquivo bandejas. De reojo Francisco me indica atender a las ancianas. “¿Algo que les haga falta?” Nada. Qué extraño que no adolezcan de nada, a su edad. Siempre sí, agua mineralizada – Enseguida. Barra. Mesa catorce y treinta y cuatro. Es desconcertante preguntarle a esta gente si algo les falta cuando es notorio que no. A mí nunca; mano levantada, mesa veintiséis. “¿Algo que le haga falta?”  Los postres, cierto ¿cuáles son? Crème brulée y mousse de frutas tropicales con chocolate. Que le basten con eso, que no recuerdo más; ah sí, nieve. Cierto, sólo eso. Cocina, llego al refrigerador y el; ¡Cállate! carajo – el resto continúa en voz baja y entrecortada. Nuestro trabajo es la ecuanimidad, pero temo que sea hacia ella. No llora, calla. Mantiene su mirada firme, frágil y serena a la vez. ¡No voy a estar aquí para ver cuándo se te ocurre! – saca dos mil pesos y los avienta en la mesa mientras se va. Todo es silencio invadido por los murmuros  y trinches indiferentes. Se pone de pie, callada. Me ve ¡a mí! de nuevo acepta mi existencia. Desvío la mirada derrotado, no puedo contra un ser así de magnífico. Un olor exquisito e indescriptible – Si hace falta dígame, estaré afuera. Pone el dinero en mi bolsillo y se va con su bolso, siempre tranquila. Paso a cajas, luego se enterará Guillermo, que siempre está preocupado por sí mismo. Faltan cien pesos. Es mi oportunidad de salir a decirle, a consolarle casualmente. Los pongo yo, es sólo una mesa. Lo merece ella, no quisiera molestarla. Se paga, se cierra y Guillermo no tiene propina, parece disgustado pero no es mi problema, espero que no piense le estoy robando.

Tres días y Guillermo no me ha hablado, me persiguen los rumores de ladrón en la cocina. Pensaba que sería más complicado vivir con la presión de una mentira; pero no, y menos con hombres comportándose como mujeres rencorosas. No me importa, yo trabajo igual que todos. Pasan dos semanas, algunas lluvias y con ella el invierno. La mesa cinco sigue vacía.

De tarde, el sol clarea y las mesas de afuera parecen rojizas, el mejor lugar para quien sea. Es una rutina sin serlo, llegan personas pequeñas, con dinero y fortuna. En la cinco se vuelve a sentar alguien. Una pareja de mediana edad, no son de los que frecuentan este lugar. Celebran sus quince años de casados, el saco del señor parece de lana de segunda mano, le queda grande. La señora tiene un vestido muy apropiado, un poco avejentado, pero bonito. Cliente en la mesa diez, la de la esquina, oscura. Qué raro, con esta luz. Una sola persona, muy extraño para ser este lugar. Aquí la gente no presume que está sola y si lo está tiene el dinero suficiente para pagarse una amistad. Es ella. Seme congelan las venas y los oídos. - No sé más, tengo que escucharla a ella, hablarle, acariciarle, besarle, amarle. Pero sólo tengo que escuchar, callar y repetir después de cada tanto “¿Algo que le haga falta?” Esta vez lo haré bien, con calma, como lo ensayé. – Buenas tardes, bienvenida ¿le ofrezco algo de beber? – Una cerveza. Oscura, por favor. Esta vez no sonríe. Es un ser diferente. Cerveza oscura. ¿De dónde le sale voluntad a un ser tan fantástico de beber algo tan vulgar? Su alma estará destrozada, supongo, pero ¿cerveza?

Ni en los días más calurosos había pedido eso para ella. A pesar de la falta de maquillaje parece perfecta. Es cierto que no porta uno de esos vestidos que le estilizan la figura pero no puede hacer eso todo el tiempo. Le quita algo de sensualidad, pero casi sigue siendo exquisita. Llegan más clientes en la hora y lo único que le llevo es cerveza. Espero coma algo, porque esa postura no se le ve nada bien. – ¿Algo que le haga falta? A la mesa catorce y a la treinta y cuatro. Gente sensata que pide un whisky, al menos. Un filete Nueva York a la diecisiete y unas alcachofas con salsa de cilantro a la veinte. Ya no pide nada. La veo de lejos, ya sin ganas de nada.

La tercer cerveza lleva un rato a la mitad. Su cuello está descuidado sin los collares. Almas desvariadas. Mira por la ventana, ahí donde nadie la ve y observa todo. Como sin querer, respira hondo y saca una lágrima, se limpia inmediatamente, toda clase, si no es por el zapato que deja caer. Una vez más, me acerco sigiloso a su mesa, no importa que ya no tenga que ocultarme de él. – ¿Algo que le haga falta? No me mira, agacha la cabeza, dubitativa, pasea un dedo por su vaso y pausa… no puedo respirar, un movimiento en falso y se quiebra. Después de lo que parece un milenio, voltea su cabeza hacia mí, sus ojos mojados, suplicantes me ven, cuánto dolor en su corazón.

Ganas de vivir – sentencia y se suelta en un llanto callado, se apoya en la mesa, se esconde. ¿Qué respondo? No tenemos de eso aquí, no lo vendemos en todo caso. Le ofrezco una servilleta, aunque nadie la vea, más vale se seque esas lágrimas. Llorar por ese tipo, qué maravilla de grosería. Una dama de su categoría sufriendo por aquel idiota. – Perdón. Se seca las lágrimas. ¿le importaría sentarse junto a mí? Usted siempre es muy amable. Lo siento señorita, no puedo hacerlo, no me está permitido. Respondo maquinalmente. Me dirijo a Guillermo con paso firme. Atiéndela tú que yo no puedo. Me quito el uniforme y me excuso por enfermedad. Sólo soy un mesero, ¿qué haré sentado a semejante dama? Y con ese aspecto. Y en esa situación. Se atreve a tratar de intimar conmigo. Por eso no quería laborar en un restaurante en primer lugar. La gente se involucra, uno debe atenderlos pero no entenderlos. Cuando uno entiende, lo corren por exceso de confianza. Es cierto que es una mujer guapa, quizá las perlas ayudaban. Pero hay algo que no me puede acercar a ella, es como una muñeca de aparador, desde la vitrina se ve perfecta, pero fuera de ella es otra muñeca más. No merece mi tiempo ni esfuerzo alguien tan superficial, que por una herida al corazón, por un cambio de costumbres ha perdido el sentido de la vida. Nunca ha sido pobre y tener que trabajar para vivir. Qué bueno, no lo aguantaría. 

lunes, 13 de agosto de 2012

FANÁTICO

No me duele el corazón
Porque sólo estás en mis deseos.
Sigo tu camino,
tus fuertes parpadeos.

Mil trescientas ciudades han visto
peores agonías que mi abismo.
Y sin embargo hoy no duermo,
no pienso, sólo existo.

Los días te alejan de mí
te aprisionan en mi memoria
y me hacen olvidar
que entre más pasan
más larga es nuestra historia.

Replegado en un calendario ajeno
veo mi busto frente a tus senos.
Una mística ilusión retorcida,
un deseo plástico de mis lagunas mentales.

Por más que quiera querer,
no es tu ida más que una mentira.
Pues es tu presencia necesaria,
para poder hablar de tu partida.

Y como nunca estuviste aquí
es difícil haberte extrañado,
pues si hay algo que no viví,
fue haberte tenido a mi lado.


lunes, 6 de agosto de 2012

ESPERO


Espero, de vez en cuando,
te acuerdes de mí
espero que en algún momento
me ames a mí.

Que no sea el aire del desconsuelo,
ni la lluvia del deseo,
la que te acerque a mi voz,
sino que sea tu transporte
un temible amor atroz.

Más grande que la montaña
que separa a tu cuerpo del mío;
espero de vez en cuando
que me ames tan sólo un poco
de lo que te amo yo a ti.


à M.L. como siempre.