martes, 16 de octubre de 2012

ALGUIEN EN LA VIDA (Parte 4)


Órale, váyanse a dormir, nos dice Fernando y nosotros, no sé si obedientes o temerosos, nos vamos al cuarto de Chuleta con la emoción atorada en el cogote. México había empatado y creo que sí había partido después; estábamos en octavos de final del Mundial. No podía creer que con tanta alegría me la tuviera que callar porque es señor sin camisa se quería dormir. Él también debería festejar ¡Empató México! ¡Contra Holanda! ¡Y de qué manera! No sabía que los empates fueran tan buenos. Ahí estamos apeñuscados Chuleta y yo en su cama. Yo no quería dormir y supongo que él tampoco porque se sentó, cruzó las piernas y me miró como miran los perros cuando uno trae comida afuera de la tiendita. ¿Viste cuando el Temo se lanzó? Estuvo padrísimo. Chuleta traía otras cosas en la cabeza. Sí, estuvo bien, Cacho ¿te quieres dormir? Sacudí la cabeza a los lados. Quiero festejar. Sí, está bien. Ahora me doy cuenta de lo lento que soy para entender situaciones como ésta, Chuleta quería hablar de su mamá, era obvio. Pero a los ocho años uno no sabe uno cómo abordar el tema, en realidad nunca lo he sabido; mejor dejé que él empezara. Me senté frente a él, igual, con las piernas cruzadas y lo vi. ¿Te dio miedo? Le pregunté después de un silencio en el que lo veía respirar con la vista hacia la puerta. ¿Miedo? no, me dijo, enojado o no sé cómo. No tengo por qué tenerle miedo. ¿Es amigo de tu mamá? Ya lo había visto en la casa otras veces, pero nunca me había hablado, yo creo que es su novio. ¿El compró la tele? Chuleta encogió los hombros. Entonces ¿va a vivir aquí? Misma expresión. ¿Te importa? La respuesta, igual. Se hurgó la nariz con el índice izquierdo, y como un acto reflejo, al sacar su dedo embarró cualquier cantidad de moco en la base de la cama. Mamá no me cuenta nada de él; sólo una vez que se fue me dijo que si tenía suerte me podía meter en una escuela de fut, para que fuera portero. Eso está bien ¿no? Chuleta asintió apresuradamente. Es la primera vez que lo veo salir del cuarto de mamá y la primera que me habla, no me cae bien. Si a ti no te cae bien, pos a mí tampoco. Chuleta sonrió. Tuve la intención de abrazarlo, pero no supe por dónde empezar, o siquiera fuera correcto. Preferí no incomodar y bostecé exageradamente. Él se acostó sin decir nada más, yo hice lo mismo pero no logré conciliar sueño. Éramos pequeños pero no estúpidos. ¿Qué pretendía Fernando al dormir con la mamá de Chuleta? Él tenía su casa, o su trocota, que era más lujosa que esta casa. Por eso la telesota y tanto dinero para chucherías que tenía Chuleta. Bueno, eso creo yo; puede que no sea malo, pero el hombre espanta y hace meses se le veía con diferente mujer cada que visitaba a su mamá, aparte la mamá de Julieta era más grande que él. Pero tengo pensamientos alegres para seguir soñando, no me tengo que distraer en eso: la selección pasó a la siguiente ronda. La verdad, no creo que lleguen muy lejos, porque sólo ha empatado y a duras penas, pero está padre ponerse a pensar la posibilidad de seguir jugando y ganar. Más que estar feliz porque mi país seguirá luchando por una copa que tanto envidian todos, me gusta estar viniendo con Chuleta a ver a la selección, o el partido que sea. Brasil parece invencible con todos esos jugadores estrella. Mi favorito es Roberto Carlos porque tiene una potencia impresionante en las piernas, tira desde bien lejos y con buenísima puntería; muchos pensarían que el mejor es Ronaldo, pero a mí me gusta más Roberto Carlos, inspira un poco de terror nomás de oír su nombre. Quizá me cae mejor porque es más alto, yo quisiera ser alto, más que Fernando para que no me dé miedo y no me diga cuándo hacer y cuándo no hacer ruido; para defender a Chuleta aunque siempre sea él el que busca pleito.

Cuando volví a despertar Chuleta ya no estaba ahí, sentí un gruñido en la panza y por reflejo me fui a la cocine donde encontré a Fernando sentado junto a Chuleta, su mamá estaba cocinando huevitos con jamón. Se le veía muy alegre y con ropa nueva. Siéntate ¿tienes hambre? Asentí y me senté al lado de Chuleta, lo que después me pareció una horrible idea porque me ponía enfrente de Fernando, él tampoco quería verme porque su cara se tornó más desagradable. Te voy a comprar una tele para que tengas en la cocina. Está bien, Fer, lo que quieras. ¿Le falta mucho al huevo? No, ya voy. La mamá de Chuleta le sirvió toda la sartén llena a Fernando, nos vio a Chuleta y a mí con ojos de desvelados y hambrientos y nos dijo que en un ratito estaban los nuestros. Fernando comenzó sin vergüenza a devorar lo que había en su plato. Mamá dice que se ve mal que uno coma cuando los demás esperan a que les sirvan, pero no había manera de hacérselo a saber a este hombre grande sin arriesgarse a un golpe. Miré a Chuleta, estaba perdido en la forma de comer del hombre que pretendía reemplazar a su papá. Agarraba el tenedor como si empuñara una espada, en la otra mano tenía un pan bimbo con el que empujaba un montón de huevo al tenedor y luego se lo llevaba a la boca mientras tomaba aire. No acababa de masticar cuando ya se andaba metiendo medio pan, por lo que enseñaba el bocado a medio machacar para que le entrara todo eso; respiraba muy fuerte y gemía ligeramente mientras intentaba dejar todo en su estómago, ni bien se pasaba las cosas le estaba dando un trago a la coca con hielo. Era un espectáculo atroz para dos niños hambrientos, sin embargo el periodo hipnótico que nos hizo sufrir también logró que se nos pasara el tiempo rápido y ya nos servían a los dos, con leche, la coca es para comer. Comimos lento, pausado y con la cabeza gacha por la pena de hacer mucho ruido que enojara de nuevo a este señor. Entre los bocados tomó confianza y nos sorprendió con ¿Entonces ganó México? Chuleta asintió después de haber tragado. Yo no quería decir nada, no estaba en mi casa, mejor que hable Chuleta y así yo no tengo que mirar a Fernando. Me dijo Julieta que te gusta mucho el fut. A los dos, le dijo la mamá de Chuleta que aparentemente tenía nombre. ¿Sí? ¿Y son buenos? Cacho es muy bueno, puede ser hasta como Ramón Ramírez. ¿Quieres ser profesional de grande? ¿Qué equipo? Asentí y sonreí incómodo. ¿Qué equipo, pues? No me vas a decir que el América. Negué con la cabeza y respondí sin pensar. Las Chivas. Muy bien, entonces sí sabes mucho de fut. Chuleta quiere ser como Jorge Campos, le dije para que dejara de concentrar su atención en mí. Les voy a traer un balón a ver si es cierto, Chuleta y yo nos miramos confundidos, yo estaba contento porque no tendríamos que pedirle el balón a Jorge, pero tenía miedo de las intenciones que tuviera Fernando.

Seguimos desayunando en relativa paz cuando se escucha el golpear la puerta fuertemente. Era el sonido como de campana que tienen las puertas de metal de la colonia, pero desesperado. Se levanta Julieta a abrir después de cantar el clásico “¡Voy!” que toda persona con puerta grita en el vecindario. Abre la puerta. Cacho ¿¡por qué no estás ya en la casa!? Me levanté como rayo, fui al cuarto de Chuleta y tomé mi mochila, corrí hacia la puerta de la entrada y vi a Julieta hablando con mi mamá. No se preocupe, estaba desayunando. Se portó muy bien. Me dio gusto que me defendiera, creo que lo dijo para no dejar al descubierto que ella misma no se había quedado en la casa. Yo decido si se porta bien o mal, ¡Cacho! Mi madre era buena persona pero no sabía tratar a la gente, menos así de enojada. Ya iba yo para la salida y me paré a escasos metros de la puerta. Tranquilícese, le aseguro que sólo vieron el futbol, desayunaron y me dijo que ya se iba a su casa. A ti puede que no te importe tu hijo, pero a mí sí y lo educo como mejor me parezca. Me sorprendió lo tranquila que seguía Julieta, pero no quería que siguiera discutiendo, terminarían por golpearse o algo. Salí a la puerta, mamá me tomó del brazo con fuerza; acepté mi derrota y agaché la cabeza, ni siquiera le di las gracias a la mamá de Chuleta por el desayuno. Siento una gran mano que me jala del otro lado, tan fuerte, al punto de detenernos a mamá y a mí. Mamá estaba a punto de voltear a gritarme pero vio que era Fernando quien me detenía. ¿Cuál es la prisa, doña? Repasó la figura de Fernando y me soltó callada y sorprendida; algún respeto le tenían todos en la colonia; mamá no se pudo contener. Es mi hijo y no son horas de estar fuera de casa ¿Y por eso tiene que ser grosera con la persona que lo alojó? ¿Tiene algún problema con Julieta? Pídale perdón. Perdón, le dijo a la mamá de Chuleta entre dientes. Y deje a su hijo en paz, puede que sea alguien en la vida y después no quiera venir a visitarla cuando esté usted pobre y vieja. Si hay algo que mi madre no soporta es que le digan pobre, pero peor se pone cuando le dicen vieja. ¿Entendió, señora? Temía que comenzara una batalla campal, pero en vez de eso vi tristeza en la mirada de mi madre, se reprimió y agachó la cabeza, la peor cara que le he visto a mi madre en mi vida. Vámonos, Cacho. Caminé hacia mi madre viendo a Fernando, extrañado, ¿qué tenía? Saludé a Chuleta que estaba en la puerta parado detrás de su mamá. Ni él ni yo comprendimos que esa plática cambiaría nuestras vidas. 

lunes, 8 de octubre de 2012

ALGUIEN EN LA VIDA (PARTE 3)


Cuando regresamos a su casa la comida ya estaba lista y su mamá ni saludó, estaba muy arreglada, tanto como se podía estar en la colonia. Ahí está la sopa y la carne, no comas nomás carne eh, que las verduras son buenas también. Le dio un beso en la frente y se fue ¿Desde hace cuánto que tu mamá te deja solo en la tarde? Tendrá una semana, no sé ¿por?, Nomás se me hace raro porque mi mamá nunca me deja solo ¿trabaja más tarde? No sé, sentenció finalmente mientras levantaba los hombros. No supe si sentarme o ayudar a servir; más que el hambre lo que me desconcertó fue la actitud de su mamá. Una señora con hijos no los deja solos, están en peligro de ellos mismos. Chuleta tomó todo como lo haría su madre y sirvió dos platos hondos de sopa, puso dos cucharas en la mesa, sacó las servilletas y la sal. ¿No vamos a tomar nada? Ah, de veras, me dice y saca de la alacena los vasos más extraordinarios decorados del mundial de Francia 98 y Coca Cola; el mío tenía la mascota, que no sabía qué era con precisión, pero se parecía a algún personaje de Plaza Sésamo. Puso la coca en la mesa y la sirvió helada. Su mamá cocinaba muy mal, por eso Chuleta le ponía tanta sal a todo. Lo único que me gustó de la sopa fue que tenía papa, pero había otras cosas como la zanahoria que me sabía horrible.

Todo eso, como el recuerdo, se me escapa rápido y me acuerdo mejor de las horas que nos vimos sentados en la televisión con el especial del partido pasado contra Bélgica y el golazo que nos alcanzó para el empate. Eran ilusiones que revivíamos gracias a la tele grandota que se abría camino en el pasillo que de un lado daba a la puerta del cuarto de la mamá de Chuleta y de frente al suyo. Ese día no nos peleamos por nada, excepto por cuándo íbamos a abrir las papas; total, él sería Jorge Campos, yo sería el Temo Blanco, qué importa. Después de unas horas viendo a Ponchito y Brozo hacer quiénsabe cuántas bromas en la tele logré convencer a Chuleta de que abriéramos una bolsa de papas, al cabo nos esperábamos hasta la noche para abrir las pizzerolas grandes. La tele ya no caminaba, era lo mismo la repetición de los mismos goles y los anuncios del partido que seguía, a transmitirse a las seis de la mañana “por el canal dos”. Se me hacía cínico cuando decía “espéralo”. No estaba haciendo más que esperar. De esperar así me comencé a cansar en un momento en que al darme cuenta que Chuleta no estaba siquiera al lado de mí en el sillón, yo también me fui a la cama dejando el piso repleto de morusas y la bolsa tirada al lado de los palitos de paletas. Cuidadosamente empujé a Chuleta a ver si se despertaba. Nada. Tenía un reloj de plástico sobre un mueble de madera mal laqueado, usado. El reloj tenía tres manecillas, dos negras y una roja. La roja la puse entre el cinco y el seis, ignoraba cuándo eran las 5:30 pero la mitad me pareció prudente. Antes de empujar con todas mis fuerzas la roca en que se había vuelto Chuleta escuché unos ruidos raros. En la colonia nunca se escucharon historias de ladrones o de niños desaparecidos, pero uno siempre tiene miedo. Me aventé como pude a la cama y jalé con todas mis fuerzas la cobija a la que tanto se aferraba Chuleta, no me alcancé a tapar la cara pero cerré los ojos muy fuertemente en la espera de no volver a escuchar nada; no sabías cuando el diablo venía a jalarte los pies por haber visto tanta televisión. Por eso mi mamá decía que no teníamos tele, no fuera a ser que el chamuco viniera por nosotros o se nos friera el cerebro. Yo sabía que no teníamos tele por pobres. Al menos las prioridades de mamá estaban en su lugar. Antes las ventanas que una telesota. Vuelvo a escuchar otros ruidos más fuertes. Me quedé aferrado a mis párpados duramente cerrados. Más ruidos perturbadores. Cubiertos mis ojos por las manos, no sé si por coraje o curiosidad, moví un índice y abrí el ojo izquierdo. Descubrí entre las penumbras la puerta vacía que daba a una pared de concreto sin pintar, pocas casas se pintan por dentro aquí, aunque de noche no se distinga. Me dije que era mi imaginación y cerré otra vez los ojos. De pronto unos pasos atacan mi sueño, me hago el valiente de nuevo y a través del vacío que me dejaba ver mi posición pude ver las piernas de la mamá de Chuleta caminar muy decididas a su cuarto. Tranquilidad, no es más que la persona que por derecho tendría que llegar aquí eventualmente. Se me había olvidado que en nuestro periplo televisivo nunca la vimos regresar. Ta con calma en la mente cerré los ojos mientras alcancé a ver que una mano acompañaba la pompi de la mamá de Chuleta. O quizá fue una sombra que se dibujó así, por mi imaginación tan miedosa.

Es muy tranquilo; beatitud cuando despertamos sin que nadie llegue a decirnos que hay que ir a la escuela. Me siento un poco sudado, pero bien. Me doy cuenta que estoy en una cama extraña, con el azul grisáceo que se mete por las ventanas justo antes de los primeros rayos directos del sol. Me estiro. La cama, vacía. Al despertarse, mis oídos escuchan un rumor de frituras triturándose, luego el burbujeo de gas. ¡El partido! Volteo al reloj que ya marca las siete con sus manecillas negras; es verdad, de algo me he perdido. Intento correr pero no necesito, el sillón está a dos pasos. Sobre de él se extiende toda la persona de Chuleta con sus piernas largas y orejas grandes, en la televisión se anunciaba un panorama sombrío: Holanda ya iba dos a cero sobre México. Chuleta se veía apaciguado. El canal 2 pregonaba que estábamos lejos de equipos grandes como Holanda con su Bergkamp, Davids, con Cocu que metió el primer gol y el otro que no me acuerdo cómo se llama, pero también metió gol. Todos los comentaristas pretendían ser prudentes pero se les escuchaba el sabor a derrota, de seguro ellos ya habían vivido otro mundial igual. No recuerdo a nadie, ni a Don Cuco con lo viejo que es, haber platicado de tiempos buenos de la selección, la costumbre era perder. Entonces comprendí la mirada pasiva de Chuleta; eran esos ancestros esparcidos en su sangre que le reclamaban por haber perdido, pero al mismo tiempo sólo les quedaba esperanza, de esa que sólo espera milagros porque no hay nada más en sus manos, que el vacío.

Chuleta, con el letargo que la hora ameritaba, me hizo espacio en el sillón. No sé si triste, pero me acomodé igualmente derrotado. Nosotros, ahí en ese mueblecillo desgastado, éramos el reflejo de nuestro equipo, quizá de todo el país. Párpados caídos por el cansancio y hambre, clavados en la televisión sin futuro claro, pero sin otra cosa por hacer tampoco. Fue doble decepción para mí, no sólo me perdí la mitad del encuentro, sino que también llegué con un equipo perdido. Inició el segundo tiempo, en la tele y en ese pasillo reinaba el silencio. Sí escuchábamos los comentarios, pero a volumen bajo, no se fuera a despertar su mamá. Tocan el balón los mexicanos de Claudio a Carmona, de Carmona a Aspe y luego Davids intercepta para dársela a Cocu, que por suerte la perdía atrás. Por ahí un pase, desvía Cocu de nuevo y ¡se acerca peligrosamente a la portería! Defensa terrible, pero Campos aseguraba que se mantuviera fuera. Un nerviosismo que nos pedía gritar, era imperativa la prudencia. De a poco México comenzó a tornarse color milagro. Por izquierda desbordaba el Matador, en medio se discutía Peláez con Blanco. Si íbamos a ser alguien del juego, yo ya no quería ser el Temo. Sentía con cada llegada que el corazón se me aceleraba con un tiro del Temo. Luego un cabezazo de Peláez. Ni Chuleta, ni yo, ni los holandeses sabían de dónde sacaban futbol estos hombres vestidos de blanco. Entre las acciones, nervios, pases fallidos, tiros, encontramos algo que en vez de tener a Chuleta desparramado y a mí embarrado al sillón, nos hizo adoptar una posición seria. Los dos nos sentamos, nos inclinamos hacia el televisor y pusimos los codos sobre las rodillas, algo estaba por suceder. Entonces desborda Holanda en un ápice de brillantez de Davids, pero antes de asustarnos está Campos; pequeño al lado de esos gigantes, en realidad hasta en México parecía chaparro. Así continuó, con muchos deseos e intentos de tirarle al portero holandés, pero nada. Llegó un tiro de esquina para México. En las jugadas de balón parado siempre nos ponemos nerviosos, más con que la selección iba para arriba. Germán Villa se preparaba para tirar, se perfila y manda la pelota al centro. Parecía pasado pero se elevó Peláez, le pega de cabeza, rebota en el piso, no sé quién se avienta y ¡Gol! Chuleta y yo gritamos de emoción, nos paramos y nos abrazamos por el resultado de tanta lucha, tanto ímpetu; de pronto escuchamos la puerta del cuarto de su madre retumbar. Nos callamos y continuamos viendo sonrientes la caja de luz, que ahorita nos daba alegrías. México se fue hacia adelante; era como si todas esas esperanzas que teníamos le dieran fuerza y habilidad para sorprender a los holandeses. No pasaron tres o cuatro minutos que el Matador desbordaba por izquierda con algunas bicicletas finteras que no se creía nadie, pero que con velocidad llegó un centro y luego nada. Holanda respondió inmediatamente. Teníamos el corazón retumbando cual tambor desesperado. La recupera Campos y el árbitro lo para antes del despeje. Volteé a ver a Chuleta, él tampoco entendía por qué el árbitro lo paraba, que porque había caminado mucho con el balón, decía el Perro Bermudez en la tele de volumen bajo. Sucedió lo más raro, los puso a tirar desde el área grande, pero no era penal, había defensores y todo ahí dentro. Era tan injusto y estábamos enojados. Al menos yo, puede que Chuleta también, pero el silencio impuesto por el sueño de su mamá nos limitaba la comunicación. Se acomodaron los holandeses muy contentos, México organizado  y en el pasillo de la tele, nerviosos. Otro gol era una tumba, sin mundial para nadie; se quedaron parados unos segundos con cara de horas, luego tiran, rebota, tira de nuevo y Campos seguro como ninguno. Ese pequeño susto parecía no echar atrás a los de blanco, seguían llegando, mandaban centros pero nada. Pasaron los minutos en intentos fallidos. Ya estaba por morir el partido, quizá quedaríamos fuera, quizá. DE pronto un pase largo, después de madia cancha, da con una cabeza y sigue avanzando, el Matador lo lleva en los pies, se pelea la bola con otro, se va a la izquierda y cayéndose patea el balón para ¡Gol!¡Gol! Ahora volvimos a gritar como locos sin importar que se enojara su mamá, empatamos y habría más mundial para México. Don Cuco tendría razón, quizá. Se abre la puerta y nos pasmamos, pero de ella no salió la mujer que es su madre, sino un hombre medio fornido pero un poco gordo. Cállense chamacos. Más que sorprendernos su torso desnudo y peludo, nos asustó que fuera un hombre el que saliera; más aún que fuera el de las trocotas grandotas, Fernando. 

lunes, 1 de octubre de 2012

ALGUIEN EN LA VIDA ( Parte 2 )


Desde aquel día comencé a tener popularidad entre los chicos. Todos me querían para su equipo, disque porque yo era el bueno. Hasta nos quitaban gente que me tocaba para estar parejos. Chuleta siempre estaba en mi equipo, al final de todo, nosotros éramos amigos de antes. La selección seguía jugando, al parecer tan bien que se iban a Francia al mundial. Chuleta se apanicaba porque los juegos serían en la madrugada y a esa hora la tiendita estaría cerrada.  Lo curioso es que Don Cuco deja su silla vacía si la puerta de aluminio está abajo. A mí me preocupaba que no iba a tener tiempo para sacar unas papas, nada. Porque cuando se juega el mundial todo el mundo se detiene, no hay ni partidos de las Chivas, ni del Atlas, ni del Neza, ni del Necaxa, ni de nadie. Todos los jugadores se juntan en un lugar secreto (o varios lugares) a ver a quienes sí jugarán por su país.

Poco antes de que comenzara junio Chuleta llegó inexplicablemente feliz a la escuela. Me sentaba al lado de él, como siempre, cuando en clase de Ciencias Naturales me dice algo así como en secreto. Voy a tener tele nueva, Cacho. ¡A color! En el momento me alegré, aunque no sabía si mi mamá me iba a dejar ir a ver los partidos de madrugada en casa de Chuleta; con eso de que mi mamá no hablaba bien de la mamá de Chuleta. Nadie en la colonia hablaba bien de su mamá. No es que dijeran maldades o que le supieran algo. Yo creo la envidiaban porque era muy joven y bonita, bien podía ser la hermana de Chuleta, muy mayor pero su hermana. Casi todas las mamás de por aquí eran parecidas a la mía: chaparrita, morenita y un poco gordita. Era un estereotipo o yo las veía a todas igual, por ahí alguna que se hacía mamá muy chica, pero eventualmente todas acababan igual, fuera por el trabajo, los hijos o un destino fatal. Todavía no eran vacaciones, pero después de rogarle tanto a mamá que me dejara, accedió. Quizá unos dolores de cabeza se ahorraría conmigo afuera, pues según ella yo nomás sabía hacerle eso. Nuestros días se llenaban de emoción en dos momentos: cuando jugábamos fut y cuando había un partido del mundial en la tele, el que fuera. Chuleta y yo teníamos un poder especial porque sólo nosotros sabíamos cómo había pasado el partido en la escuela, todos querían saber, pero al mismo tiempo querían aguardar la sorpresa. Después del partido contra Bélgica todos intentábamos el gol con patada volando de Cuauhtémoc Blanco ¡Un golazo! Ni a mí me salía, pero hacer un pase igual, imposible. Días después fuimos con Don Cuco, que nos decía que ‘ora sí, estos chamacos sí llegan lejos, mínimo a semifinal. Y cómo no lo iba a pensar después de menuda muestra de habilidad, no se diga la cuauhtemiña que era novedosísima. Ese día Don Cuco no olía tan feo y en frente estaba la camioneta de Fernando afuera de su casa, nadie vio llegar la típica polvareda. Chuleta esta vez nos compró un paquete grande de Pizzerolas que disque para ver el partido. Hoy jugamos contra Holanda, yo soy Jorge Campos y tú el Temo Blanco. Yo no quería ser como Blanco. Quería ser yo, allá en ese gran estadio, pero yo, jugando; luego regresaría a mi casa por unas papas, o un chocolate. Yo en realidad no quería representar a México, no tenía el sabor de “la camiseta” como decían en la tele. Yo quería jugar en una cancha así de bonita, grandota, la gente podría estar viendo o no, no importaba. Pero ¿para qué complicarlo con mis sueños burdos? Le dije que yo sería Blanco. Saltó a mi vista que no sólo compró papas, sino también paletas y más de dos tin larines. Y los compró, no robó nada. Mi mamá me dio dinero para que viéramos el partido en la madrugada, ahí tengo coca en la casa. Nos fuimos de la tienda directo a su casa, que estaba a tres cuadras de las mía.

Llegamos a su casa con nuestro arsenal de fritangas y su mamá no estaba. Nos pusimos sobre el sillón al lado de la cocina, en frente del cual, sobre una cómoda de madera vieja y desgastada estaba la grande televisión. No sabría decir cuál era su tamaño, pero apenas abrazándola la podía cubrir de lado a lado. Es cierto que el sillón estaba viejo y tenía pelusas pero era mucho mejor que acostarse en el piso de cemento helado. La vimos así de grande y mi primera reacción fue prenderla y abrir las papas para disfrutar de cualquier espectáculo que tuviera esa pantalla mágica para nosotros; pero antes de que tomara la bolsa Chuleta me detuvo. Primero hay que comer y guardar los dulces para el partido, porque si no, no vamos a alcanzar nada. Me pareció demasiado prudente para alguien que pretendía la reventa de objetos robados, pero no estaba en el error. O jugábamos o salíamos a comer. En un ratito llega mi mamá, igual vamos a ver si afuera juegan fut. Yo tenía hambre pero ¿qué es el hambre frente a un balón? O un bote, no importa.
Afuera nos encontramos a Rafita, Camilo y Yovani. Pusimos piedras como porterías y por ahí alguien encontró un bote de frutsi. Chuleta y yo contra ellos tres. Pero no está padre sin balón. Así se queja Camilo, juega pero a fuerzas. Pos sí, pero no es lo mismo jugar con bote que con pelota, le dije; que no se queje. Hay una idea muy específica por la cual el bote es preferible sobre una pelota cualquiera. Una pelota de plástico, es muy ligera, sólo tiene aire y se va a ningún lado; cuando se juega con pelota es más como un globo que se escapa y entonces el fut sí es lo que dicen las niñas: Un montón de niños tratando de alcanzar una pelota. El bote es algo más propio, más amistoso, menos mágico que un balón, es remilgoso ante los pies, pero obediente. Tiene el peso suficiente, corre bien para el enterregado piso. Comenzó el juego y era aquí que se nivelaban las cosas, no sentía yo los trucos del balón, me ganaban el bote con empujones y los pases siempre iban chuecos. Rafita se la pasa a Camilo, a él se la quita Chuleta con otro empujón, me la pasa, tiro y Yovani mete las manos. ¡Penal! Pero es portero; y qué, estamos jugando con bote, no hay portero ¡Sí es cierto! Aparte de que ustedes tienen uno más, no se vale. Creo que vieron la lógica en nuestros argumentos porque cedieron, pero en el penal sí habría portero. ¡Sin manos! Les gritó Chuleta. Un penal siempre es cosa especial y más con bote. Pareciera que las piedras se acercaron, que Yovani se hizo grande y lo peor de todo: Se siente como que esto fuera importante. Lo normal sería que lo pateara en alguna dirección y acabara con esto, pero la situación da para imaginar. Estoy en un estadio grande y vacío, es de noche y sólo hay dos luces, una que da a la portería y otra a mí. Los dos nos encandilamos y por eso ponemos cara de enojo, pero es la luz y el sudor por correr a nuestros ojos. Yovani cubre al menos la mitad de la portería, izquierda o derecha, lo que importa es la potencia. Cierro los ojos y respiro hondo mientras Camilo narra. Un gran encuentro entre dos grandes, Brasil se enfrenta a Alemania, es el momento, señores. Cachiño tira a la portería de Yovanibecker. Abro los ojos, miro el bote y miro la portería. Cuatro pasos atrás, de nuevo el bote y la portería. Me enfilo directo, calculo derecha y disparo: por primera vez va hacia donde quiero, Yovani estira la pierna pero no alcanza. Se va por fuera de la portería pegándole a la piedra. ¡Tramposos! Yo vi cuando Rafita movió la piedra. Nocierto, respondió en defensa; no es mi culpa que sea malo éste. Mala tu abuela, le dije. Ya, mejor vámonos, éstos nomás hacen trampa. Tú, Chuleta eres bien mentiroso, Rafita no movió nada. Pero ya tenía yo hambre y sí perdimos y no sé si Rafita movió la piedra pero Chuleta lo dijo, y prefiero creerle a él que a cualquier otro amigo.