lunes, 3 de diciembre de 2012

ALGUIEN EN LA VIDA (parte 6)


Llegué a mi casa hecho un mar de lágrimas andante. Pasé directo a mi cama y solamente vi mi almohada. Mamá no me dijo nada, hace tiempo que no lo hace. Me entregué a la tranquilidad y pasividad de los barrios olvidados en la penumbra; por acá también llega la luz pública, pero menos seguido. Cuando desperté apenas era de noche, mi mamá estaba en la cocina haciendo frijolitos; me atolondró la luz y traía los ojos pegajosos por la chilladera. Mamá traía un delantal de cuadros, le servía una tortilla a Romina. Ella es muy callada, a veces no sé si vive en la casa, pero igual casi ni la veo. Mamá me miró a los ojos, igual que hace unos meses. Mijo, ¿puedes ir por leche a la tienda? Asentí, ya había pasado tiempo que mi madre no me pedía favores.

Me di cuenta de lo que pasó hace rato. ¿Quería decir que Chuleta ya no es mi amigo? Pero es Chuleta, aparte no le pasó nada. Lo malo es que no me golpeó en ningún lado que pueda señalar. La diferencia entre un morado simple y lo que sentía está en que las heridas del cuerpo sanan pero las del alma no.

Me moví por las calles enterregadas hacia la tienda, lugar inicial de nuestras fechorías, espero que Chuleta no esté, no sabría explicarle lo que sucedió; aparte no tenía ganas de verlo. Me siento como si yo fuera el malo, pero era él quien no quería que fuéramos a las pruebas juntos. Estaba Don Cuco afuerita de la tienda, borracho. Siempre vestía la misma ropa y se sentaba sobre la silla de plástico de coca cola. Parecía no envejecer ni un solo día con esa barba blanca que más bien tenía aires de pasto a mal crecer recién cortado. Olía como característicamente lo hace, a desinfectante y a vómito. Su sucio pantalón negro que apenas le quedaba, dejaba ver sus pies descalzos, calludos, blancos por la suciedad y los años de no conocer piso plano, o un baño. No sé por qué lo dejaban estarse ahí, espantaba a los clientes; o quizá ya se había convertido en atractivo turístico.

¿Dónde está Chuleta, Cacho? Me dijo de manera casi perfectamente articulada. No sé, le respondí y me metí a la tienda mientras trataba de recordar qué quería comprar. Leche, cierto. Voy al fondo de la tienda, donde están los refris, al lado de los estantes de los jabones. ¡Hey! ¿Qué quieres? Escucho desde el mostrador la voz de Carlos, a quien nunca me atreví a robarle nada. Él la atendía en la noche, por eso siempre estaba más alerta que Alejandro. No me asusté, tenía tiempo que no tomaba nada, así que no me iba a culpar, aunque el pasado le vuelve a uno, le viene y le espanta la conciencia en forma de un escalofrío por debajo de la nuca y hasta la mitad de la espalda. Con el corazón ligeramente acelerado abrí el refri, tomé el litro de leche y fui al mostrador. Puse el bote y el billete de diez pesos. Me vio con un poco de culpa y resopló cuando metía la leche en la bolsa de plástico verde. Puso el cambio sobre el vidrio y me miró con desconfianza todavía. Luego regresó sus ojos al dinero como sí la manera en que yo tomara las monedas revelara mis genes criminales.

Todos hemos robado algo, está en nuestra naturaleza. Quiero algo, lo tomo; luego nos enteramos de que pertenecía a alguien más y que eso que hicimos se llama robo. Quien no ha robado en su vida, sólo ha conocido el aburrimiento. Es como siempre ser bueno, es tedioso. Se concentró tanto en verme que tomé el cambio cual fuere robado y me fui rápido. ¡Oye! Instintivamente caminé más rápido ¡se te olvidó tu leche! Mierda, sí es cierto. Me regresé para que me entregara la bolsa y no la soltara hasta haberme escrutado por completo. Agaché la mirada incómodo, intimidado por ese adulto de más de uno noventa, nariz ancha y piel morena. A ti te gusta el fut ¿verdad? Me lanzó de repente. Estaba tan cohibido que no me había dado cuenta que ya había soltado la bolsa. Me pude haber ido corriendo, el dinero y la leche ahora sí estaban en mi pode ; me dio el miedo suficiente contestar la pregunta, entonces cambió su expresión dura por una comprensiva, casi amorosa. No te voy a comer, dice mi hijo que juegas muy bien. ¿Su hijo?  Él va a ir a las pruebas de las chivas el jueves ¿tu papá no te va a llevar? Me pareció ofensivo que mencionara a mi padre cuando se sabe bien que en esta colonia si hay niños es que sus papas se fueron a tiempo, hacia el otro lado o algún lado que nadie sabe dónde queda. Negué con la cabeza. ¿Y eso? ¿No quieres ser un superchiva? Su expresión ahora llegó casi al éxtasis. No tengo quién me lleve. Se volvió todo callado, Carlos sí quería que fuera a las pruebas pero no se atrevía a ayudarme; la lástima es fácil, la solidaridad es la que se vuelve complicada. Bueno, ya me tengo que ir a mi casa. Volví más bien derrotado con mi familia; me recordó dos cosas terribles que me sucedían este día: perdí mi sueño y mi mejor amigo.

No sabía cómo ver a mi mamá a la cara. Olvidé que en el mes pasado, ella se había convertido en un fantasma para mí, más bien yo en un fantasma para ella. La excusa de quedarme con Chuleta no merecía ni siquiera pedir el permiso de mamá; a veces pasaba días sin ir a dormir en los que ni a saludar iba. La culpa que tengo ahora en los hombros y la garganta se debe a el saber que durante esos momentos de negligencia en el reino que Fernando había hecho parar a la familia de Julieta (y por extensión a mí) durante la horas lejos de casa, mi familia pudo haber desaparecido y a mí no me importaba; pudieron haber muerto mientras que yo quedaría feliz en la compañía de unos amigos imaginarios, pues no son reales aquellos que te quieren alejar de tus sueños. Así me encontraba frente a mi casa con su puerta gris de metal y una ventana con rendija de fierro a través de la cual se vislumbraba una tenue luz proveniente de la cocina, donde mi hermana y madre existían a pesar de mí; sin embargo y a pesar de mi desprecio me recibían. No había otra cosa qué hacer, yo no tenía ni diez años ¿a dónde iría? Entré a la espera de una furia que me recordara todo lo que había pensado, el enojo de mi madre por no haber sido quien debí. ero no. Romina sólo esperaba su leche y en la mesa había otros dos platos con taquitos de frijoles. Mamá me veía sonriente mientras ponía tres vasos vacíos en la mesa. Era como si supiera el dolor que tenía, que lo reparaba con su amor, su comprensión y una sonrisa. Encontraba la amistad perdida en estas cuatro paredes con olor a tortilla quemada; en esta mesa plegable de plástico azul y en los vasos que ahora se llenaban de leche.

Gracias, mijo. Sí, amá. Romina tomó el vaso con sus dos manos y lo bebió embarrándose los labios. Lo bajó y nos miró inquisidora; sabía que aquí algo pasaba. Yo quería este tiempo con mamá a solas, no con Romina en medio. Así no podía decirle que era su hora de dormir, no podía decir nada con todo lo que había hecho. Comí mis dos taquitos con la mirada baja. Romina seguía ahí. Quería pedir más; tenía hambre, pero ¿cómo pedir cualquier cosa a una madre tan amorosa? Temía su mirada en juicio, no quería verla de nuevo a los ojos. Nico ¿quieres más? Levanté mis ojos a los de ella, seguía sonriendo. Yo esperaba el momento de la reprimenda, cuando por fin me pondría en mi lugar, pero no, ella mostraba a lo ancho de su cara sus dientes, ahora con cierta intención perversa. Disfrutaba de mi sumisión. ¿Entonces? Sí, mami. Dejé ver que todavía era un mocoso, un pequeño lactante que no podía voltear a ningún lado de no ser porque así lo quisiere su madre. Lo supe, me golpeó de repente, esa tortura fina y silenciosa era mi castigo, tanto lo sabía yo como ella que me servía de nuevo la cena. Quería comer y dormir; que esto acabara.

Todo el fin de semana me comió la duda ¿me habría perdonado? ¿Lo perdonaría yo? Llegué el lunes a la escena sin muchas ganas, con miedo y duda. Me inventaba todo tipo de noticia extraña que me permitiría dejar de ver a Chuleta. No le deseaba la muerte, pero sí me resultaría conveniente que se hubiera cambiado de escuela, que hubiera dejado su casa vacía porque finalmente Fernando los llevaría a vivir a un lugar mejor; también me pasaba por la mente que Chuleta hubiere encontrado a su verdadero padre y mudádose con él. Pero no. En cuanto entré al salón ahí estaba él, salvo que en esta ocasión ndesde sentaría en el lugar de de siempre. Estaba en una esquina, retraído, en los pies un balón y en su banca un álbum de calcomanías del mundial pasado. No era una de las aficiones que teníamos, pero de seguro Fernando lo llenaba con juguetes para que lo quisiera más. Hay algo con esas personas que lo tienen todo, pero en realidad no tienen lo que quieren. Sólo Jorge tenía las estampitas del mundial, algo le ha de haber dicho, que le consiguiera todo lleno.  Cuando Jorge llegó se percató del logro de Chuleta, se le acercó, lo que derivó en una plática incómoda, y extraña.

- ¿A poco lo llenaste solo, Chuleta? Sí ¿y por qué nunca me cambiaste ninguna cartita? Porque ya lo tenía llenado. ¿Desde el principio? A mí que hiciste trampa, nomás porque tu papá es narco. Así le dijo lo que todos sospechaban pero nadie decía en voz alta. Chuleta inmediatamente se paró, tomó el preciado álbum y se lo aventó a la cara de Jorge sin importarle si se deshacía, luego  de esto le dio un derechazo sin que pudiera defenderse. Su furia era desconocida tanto para todo el salón como para él. Entiendo que se haya ofendido, sino por haber llamado narco a Fernando, sí por decirle que era su padre. Su respiración nos inquietó a todos, parecía un toro en cólera.  En su cara se veía el desconocimiento, el extravío de sus pensamientos. Logró volver en sí unos segundos después; se llenó de vergüenza y salió corriendo del salón, una actitud poco usual para un macho alfa como él.

jueves, 1 de noviembre de 2012

ALGUIEN EN LA VIDA (parte 5)


El verano pasó rápido entre la derrota de México y la sorpresiva victoria de Francia ¿Cómo era posible que Brasil, el gigante, haya perdido frente a un país pequeñito de Europa? Me mató por completo la ilusión de que no había equipo que pudiera contra el imbatible Brasil. Recuerdo cuando Zidane metió el primer gol, yo no lo podía creer, Francia no se movía y de la nada le descontó uno. Recién terminado el partido, recuerdo lo sospechoso que me pareció la victoria de Francia. Yo creo que está arreglado porque juegan en su propio país, le dije a Chuleta. No le importó, después de que México quedara fuera, el fut no le causó mayor ilusión; tenía en tan grande estima a Jorge Campos que le pareció una desgracia que haya dejado pasar el empate y peor tantito que nos dejara perder. Con el tiempo se acostumbraría a que México tarde o temprano caería estúpidamente. No lo entiendo, yo también estaba decepcionado pero no pensaba en dejar de jugar.

Regresamos a clases y Fernando se volvió una figura paternal tanto para Chuleta como para mí, sobre todo porque pasaba la mayoría de las tardes en su casa, sólo llegaba a la mía a dormir y mamá no decía nada. Fernando les arregló la casa y cada vez estaba más seguido en la colonia, no iba a visitar a su mamá, sino que dejaba su camioneta ya en casa de Julieta. Nos trajo el balón para ver lo buenos que nos habíamos vuelto nomás de las desveladas que nos dábamos viendo el mundial; naturalmente se burló de nosotros, pero igual nos quedamos con la pelota. Ahora Jorge recibía su merecido lugar como alguien que solamente era bueno. Entramos a la escuela cuando quedaba muy poco de las lluvias. No era tan cómodo jugar con polvo, pero con nuestro balón, hicimos un sistema de juego más justo. Nunca repetíamos equipo ni capitán en días seguidos. Nadie podía decir que no lo dejábamos jugar. Chuleta y yo siempre luchábamos porque nos tocara en el mismo equipo ¡Son novios! Nos gritó una de esas Rafita. Cállate, nomás porque nadie quiere jugar contigo ni ser de tu equipo porque eres bien maleta. No recuerdo qué chilladera hizo, pero eso lo calló un rato, pues sí era malo. A todos nos caía bien, pero se veía que venía a jugar por convivir. Rafita era de esos que prefería jugar a las escondidas, a las canicas o a los tazos, pero como nadie compraba muchas papitas (más que Chuleta o Jorge) no había tantos para apostarlos, de por sí Chuleta siempre prefería el fut. Nunca se animó a no ser portero. Le entró en la cabeza que tenía que ser mejor que Jorge Campos, seguía siendo su ejemplo pero ya no lo idolatraba como antes del mundial.

No estar con el mismo equipo nos hacía perder de vez en cuando. Yovani se la había pasado comiendo calcetose en verano o algo así, porque estaba muy crecido; parecía temprano para empezar con gallos en la voz pero él ya hasta empezaba a tener pelos en las piernas, me ganaba en velocidad y fuerza. Él ya tocaba la edad en que el futbol se vuelve más competitivo, más violento y yo pequeño, delgado, no podía llegar con facilidad a la otra portería. Yovani me la quitó y se fue rapidísimo, pasándosela a Rafita. Queda solo contra Chuleta pero Rafita está menos, Chuleta achica, la toma y me ve; despeja, la busco y me encuentro con al menos un cuarto de cancha para tener un buen disparo. Sé que Yovani en cualquier momento llegará a empujarme y quitar la vola, me apresto para tener un buen ángulo. Corro. La bola. Atrás, no hay nadie. Portería. Balón. Se acerca Yovani. Unos metros más, ahí está la portería, tengo buen tiro y sin perfilar doy un zapatazo. Comienza el viaje del balón. Jorge va corriendo para aventarse por él, parece que no va a alcanzar cuando pierdo el equilibrio. Un golpe espantoso en la pierna me hace caer, arrastrado por Yovani que esta vez fue más allá del usual empellón; me enterró por completo el pie en la parte baja del tobillo, cosa que me dolió como nunca nada antes me había dolido en la vida. Cuando veía en la tele a los jugadores en el pasto quejándose, me decía que yo nunca actuaría como ellos porque no amaban el futbol, no le ponían corazón. No me podía levantar, ni apagar el fuego que cubría mi pierna y mi costado, apenas recuperaba la respiración que me intentaba levantar y mi cuerpo me lo negaba. A mis ojos tierra, aire, luego la portería y las piernas de Yovani. Cerraba los ojos para no llorar. Ay, ay, ay escuchaba de mi propia boca, cuando desde la portería vi correr a Chuleta. Tiró los guantes  al piso. ¿Qué te pasa? Ya había tirado ¡joto! Se acercó a Yovani y yo nomás vi cuatro piernas. Fue al balón, que no se haga. Todavía me punzaba el tobillo, pero menos. En su pequeñez se acercó Chuleta a Yovani y yo creo que lo empujó porque lo que vi después fue a Chuleta caer sobre sus sentaderas en el piso, miraba hacia arriba con coraje y miedo, como aquella vez que Fernando nos calló el gol. Deja que tu novio se defienda solo, se cayó porque los dos son mariquitas. Rafita aprovechó la ocasión para sacar el resentimiento que se tenía desde vario tiempo guardado.

Mariquita sin calzones
Se los quita y se los pone

Por fin me pude levantar cuando vi que Chuleta agarró el balón. Pues ya no juegan ¡Puercos! Les gritó. Luego nos fuimos al salón. No pensó que íbamos al mismo salón que ellos y los veríamos después del recreo. Como todas las cosas honestas, sabía que luego nos contentaríamos y volveríamos a jugar. Yo lo esperaba mucho. El salón estuvo tenso, no había la típica plática; de por sí no hablábamos mucho por el nuevo profe, Ysmael. Era moreno, alto, de bigote y calva graciosa, muy alegre pero enojón cuando alguien se distraía. Yovani siempre se sentaba lejos, pero le cambió el lugar a Mariana, que se sentaba atrás de mí. Chst, Cacho. Cacho. ¿estás bien? No quería llegarte tan fuerte, pero me emocioné. Volteé. No pasa nada, Yova, ya estoy bien, le mentí. No quería guardar el remordimiento. Chst, Chuleta ¿sí escuchaste? ¿Qué? murmuró. Que no fue a propósito lo de Yova. No me importa yo no quiero jugar con él. ¿Qué tiene? Además tú fuiste el que lo empujó primero, sólo se defendió. Pos te pegó gacho, me enojé. Pero no me pasó nada, ya estoy bien. ¡Ustedes! Escuché desde el otro extremo del salón, era el profe. Ya me tienen harto, cállense o sálganse. Está bien profe y agachamos la mirada ¿Ya ves? Es su culpa, me dice Chuleta señalando a Yovani. De no habernos hablado. Escuchamos un ¡Chst! Poderoso desde el pizarrón. De nuevo cabeza baja y a poner atención a quién sabe qué.

Todo está muy rico, Julieta, dijo Fernando mientras probaba una cucharada de la sopa de lentejas que en efecto, estaba rica. Sospechaba de que hubiera cocinado ella pero no me podía quejar frente a Chuleta; tampoco frente a Fernando, creo que me mataría. En una semana va a haber pruebas para las fuerzas básicas de las Chivas, Juan. Espero llevarte para que quedes en el equipo, ahí tengo un amigo que te puede probar. Me emocionó de sobremanera el asunto, pero era claro que sólo se dirigía a Chuleta. También podrían probar a Cacho ¿no, Fer? dice Juan que es muy bueno, sugirió Julieta. Fer dudó un poco, pero le sonrió. Sí, también lo puedo llevar. Le noté el disgusto al igual que Chuleta, por lo que mis “gracias” fueron tímidas y calladas por una cucharada de lentejas. Después de comer íbamos a practicar penales y unos pases, pero primero prendimos la tele porque no nos fuera a dar un calambre. Yo veía muy silencioso a Chuleta, que se entretenía cuando Gokú peleaba contra Piccoro Daimakú. ¡Qué padre! ¿Te imaginas que los dos quedemos en las Chivas? Ahora no hablarán de Jorge Campos ni del Temo Blanco, seremos “Chuleta y Cacho”. Ajá. ¿No estás emocionado? Chuleta se encogió de hombros. Sólo miraba a la pantalla. Entró Fernando y lo llamó, Chuleta se levantó y los dos se fueron a la cocina. Supuse que era una plática privada al estilo padre e hijo, no sabría decirlo. Él tenía derecho, tampoco sabía lo que se sentía.

Pasamos el resto de la tarde haciendo pases, en el café de la tierra que contrastaba horriblemente con su casa que ahora tenía pintura azul, puerta de madera y ventanas sin rejas de metal. Lo chocante no era aquello, sino ver que al lado había cubos de ladrillo con tapaderas de aluminio o fibra de vidrio que servían de resguardo para otras familias, por no decirles casas. Se escuchaba un eco terrible con cada patada que recibía el balón, como si nos golpeáramos a través de la esfera con sucedáneo de cuero barato. ¡Pas! y luego las casas tocaban un tambor en la misma nota cuando me llegaba el balón. ¡Pas! se lo aviento a Chuleta; ni me mira. Lo patea más lejos de lo que alcanzo y tengo que correr más allá de la calle que cruza. Lo devuelvo con fuerza para que llegue, pero rebasa a Chuleta y se queda en la puerta, por suerte no le pegué a la camioneta. Me hago unos pasos hacia atrás, a ver si así me habla, sé que no la llega. Camina con ella unos metros, toma vuelo y la envía con todas sus fuerzas; la pelota me pasa por sobre la cabeza y rebota sobre una puerta de aluminio. Retumba cual relámpago y despierta a un bebé dentro de la casa, la alarma está encendida. Tomo el balón rápido, lo pateo con fuerza hacia Chuleta, pero el nervio del puntapié lo envía a la camioneta, me muero de miedo, pero pega en una esquina de la defensa. Lo malo es que se fue bien lejos de él. Chuleta  corrió por el balón mientras yo a su casa, no me fuera a cachar la mamá enojada por el desvelo de su retoño. Lo que puedo asegurar es que fue la tarde menos divertida pasando el balón. Cuando estuve frente a la puerta de madera llegó Chuleta un poco enojado. ¿Qué?  ¿Ya no quieres jugar? Por fin me habló. Es que. Despertaste. A un bebé. En una casa. ¿Para qué dejas ir la bola? Fue tu culpa. Bueno, hay que hacer otra cosa ¿no? Me quise evitar una discusión o que me dejara de hablar otra vez. Si me cachan allá, mi mamá no me va a dejar venir y menos a ir con las Chivas. Al mencionar la prueba se volvió a poner tenso, se sentó sobre uno de los escalones que llevan a la puerta y dejó el balón al lado. Se quedó mirando al piso. El cielo se decoraba con algunas nubes y el viento empezó a soplar; primero se llevaba un poco de polvo, luego movía unos cabellos, los de Chuleta, los míos. No me quise sentar junto a él, era asumir que comprendía lo que lo traía así cuando en realidad no sabía que lo había callado de repente. Se movió el balón lejos de él y no hizo por recogerlo. Era un portero, en su sangre debería de estar quedarse con la bola ¿Y si sólo quieren a uno? yo no quiero que vayas a la prueba conmigo, Cacho. Me miró sin enojarse, pero resuelto. ¿Por qué? Si vamos los dos te van a escoger a ti, eres más bueno, metes goles. Me quedé callado; era cierto como que también él estaba un poco chaparro para ser portero. Ahora sí me senté junto a él, estaba igual de confundido. ¿Que no íbamos a jugar juntos en la selección? Él, Jorge Campos, yo, Temo Bravo. ¿Pero y si sí entramos los dos? ¿No estaría padre? Aparte, somos posiciones diferentes, yo soy delantero y tú portero. Pero Fernando me dijo sólo a mí. Mi mejor amigo me pedía que renunciara a mi sueño, al sueño que los dos teníamos. Ya no era el que no le tenía miedo a Fernando, ahora le obedecía con gusto. Nos quedamos callados un rato viendo cómo el viento pasaba el balón de su lado hacia el mío y después se alejaba y nosotros igual, sentados afuera de la única puerta de madera en la cuadra. Era bonita, aunque no considero que combinara con el azul; una madera tan viva necesitaba colores muertos, sino era una flor rodeada de más flores, sin sentido. Pero puedo ir después de que vayas tú, ¿no? Más silencio; me paré, fui por la bola y caminé hacia él ¿Le vas a decir a Fernando que si me lleva después? insistí. Su cara seguía buscando figuras en la tierra. Le aventé el balón con fuerza a la cara. Lo desvió. Claro que lo escogerán, tiene buenos reflejos. ¿Por qué me lo avientas? me gritó enojado. Ya me voy. Caminé a mi casa sin evitar sacar algunas lágrimas y un poco de mocos. Ahora nomás él puede ser futbolista, él y sus guantes nuevos y su balón y su camiseta de Jorge Campos y sus papas y sus tazos que, aunque lo negara, guardaba para jugar con Rafita. Me aguanté las ganas de voltear para atrás por miedo y enojo. Pinche Chuleta, pinche Juan. 

martes, 16 de octubre de 2012

ALGUIEN EN LA VIDA (Parte 4)


Órale, váyanse a dormir, nos dice Fernando y nosotros, no sé si obedientes o temerosos, nos vamos al cuarto de Chuleta con la emoción atorada en el cogote. México había empatado y creo que sí había partido después; estábamos en octavos de final del Mundial. No podía creer que con tanta alegría me la tuviera que callar porque es señor sin camisa se quería dormir. Él también debería festejar ¡Empató México! ¡Contra Holanda! ¡Y de qué manera! No sabía que los empates fueran tan buenos. Ahí estamos apeñuscados Chuleta y yo en su cama. Yo no quería dormir y supongo que él tampoco porque se sentó, cruzó las piernas y me miró como miran los perros cuando uno trae comida afuera de la tiendita. ¿Viste cuando el Temo se lanzó? Estuvo padrísimo. Chuleta traía otras cosas en la cabeza. Sí, estuvo bien, Cacho ¿te quieres dormir? Sacudí la cabeza a los lados. Quiero festejar. Sí, está bien. Ahora me doy cuenta de lo lento que soy para entender situaciones como ésta, Chuleta quería hablar de su mamá, era obvio. Pero a los ocho años uno no sabe uno cómo abordar el tema, en realidad nunca lo he sabido; mejor dejé que él empezara. Me senté frente a él, igual, con las piernas cruzadas y lo vi. ¿Te dio miedo? Le pregunté después de un silencio en el que lo veía respirar con la vista hacia la puerta. ¿Miedo? no, me dijo, enojado o no sé cómo. No tengo por qué tenerle miedo. ¿Es amigo de tu mamá? Ya lo había visto en la casa otras veces, pero nunca me había hablado, yo creo que es su novio. ¿El compró la tele? Chuleta encogió los hombros. Entonces ¿va a vivir aquí? Misma expresión. ¿Te importa? La respuesta, igual. Se hurgó la nariz con el índice izquierdo, y como un acto reflejo, al sacar su dedo embarró cualquier cantidad de moco en la base de la cama. Mamá no me cuenta nada de él; sólo una vez que se fue me dijo que si tenía suerte me podía meter en una escuela de fut, para que fuera portero. Eso está bien ¿no? Chuleta asintió apresuradamente. Es la primera vez que lo veo salir del cuarto de mamá y la primera que me habla, no me cae bien. Si a ti no te cae bien, pos a mí tampoco. Chuleta sonrió. Tuve la intención de abrazarlo, pero no supe por dónde empezar, o siquiera fuera correcto. Preferí no incomodar y bostecé exageradamente. Él se acostó sin decir nada más, yo hice lo mismo pero no logré conciliar sueño. Éramos pequeños pero no estúpidos. ¿Qué pretendía Fernando al dormir con la mamá de Chuleta? Él tenía su casa, o su trocota, que era más lujosa que esta casa. Por eso la telesota y tanto dinero para chucherías que tenía Chuleta. Bueno, eso creo yo; puede que no sea malo, pero el hombre espanta y hace meses se le veía con diferente mujer cada que visitaba a su mamá, aparte la mamá de Julieta era más grande que él. Pero tengo pensamientos alegres para seguir soñando, no me tengo que distraer en eso: la selección pasó a la siguiente ronda. La verdad, no creo que lleguen muy lejos, porque sólo ha empatado y a duras penas, pero está padre ponerse a pensar la posibilidad de seguir jugando y ganar. Más que estar feliz porque mi país seguirá luchando por una copa que tanto envidian todos, me gusta estar viniendo con Chuleta a ver a la selección, o el partido que sea. Brasil parece invencible con todos esos jugadores estrella. Mi favorito es Roberto Carlos porque tiene una potencia impresionante en las piernas, tira desde bien lejos y con buenísima puntería; muchos pensarían que el mejor es Ronaldo, pero a mí me gusta más Roberto Carlos, inspira un poco de terror nomás de oír su nombre. Quizá me cae mejor porque es más alto, yo quisiera ser alto, más que Fernando para que no me dé miedo y no me diga cuándo hacer y cuándo no hacer ruido; para defender a Chuleta aunque siempre sea él el que busca pleito.

Cuando volví a despertar Chuleta ya no estaba ahí, sentí un gruñido en la panza y por reflejo me fui a la cocine donde encontré a Fernando sentado junto a Chuleta, su mamá estaba cocinando huevitos con jamón. Se le veía muy alegre y con ropa nueva. Siéntate ¿tienes hambre? Asentí y me senté al lado de Chuleta, lo que después me pareció una horrible idea porque me ponía enfrente de Fernando, él tampoco quería verme porque su cara se tornó más desagradable. Te voy a comprar una tele para que tengas en la cocina. Está bien, Fer, lo que quieras. ¿Le falta mucho al huevo? No, ya voy. La mamá de Chuleta le sirvió toda la sartén llena a Fernando, nos vio a Chuleta y a mí con ojos de desvelados y hambrientos y nos dijo que en un ratito estaban los nuestros. Fernando comenzó sin vergüenza a devorar lo que había en su plato. Mamá dice que se ve mal que uno coma cuando los demás esperan a que les sirvan, pero no había manera de hacérselo a saber a este hombre grande sin arriesgarse a un golpe. Miré a Chuleta, estaba perdido en la forma de comer del hombre que pretendía reemplazar a su papá. Agarraba el tenedor como si empuñara una espada, en la otra mano tenía un pan bimbo con el que empujaba un montón de huevo al tenedor y luego se lo llevaba a la boca mientras tomaba aire. No acababa de masticar cuando ya se andaba metiendo medio pan, por lo que enseñaba el bocado a medio machacar para que le entrara todo eso; respiraba muy fuerte y gemía ligeramente mientras intentaba dejar todo en su estómago, ni bien se pasaba las cosas le estaba dando un trago a la coca con hielo. Era un espectáculo atroz para dos niños hambrientos, sin embargo el periodo hipnótico que nos hizo sufrir también logró que se nos pasara el tiempo rápido y ya nos servían a los dos, con leche, la coca es para comer. Comimos lento, pausado y con la cabeza gacha por la pena de hacer mucho ruido que enojara de nuevo a este señor. Entre los bocados tomó confianza y nos sorprendió con ¿Entonces ganó México? Chuleta asintió después de haber tragado. Yo no quería decir nada, no estaba en mi casa, mejor que hable Chuleta y así yo no tengo que mirar a Fernando. Me dijo Julieta que te gusta mucho el fut. A los dos, le dijo la mamá de Chuleta que aparentemente tenía nombre. ¿Sí? ¿Y son buenos? Cacho es muy bueno, puede ser hasta como Ramón Ramírez. ¿Quieres ser profesional de grande? ¿Qué equipo? Asentí y sonreí incómodo. ¿Qué equipo, pues? No me vas a decir que el América. Negué con la cabeza y respondí sin pensar. Las Chivas. Muy bien, entonces sí sabes mucho de fut. Chuleta quiere ser como Jorge Campos, le dije para que dejara de concentrar su atención en mí. Les voy a traer un balón a ver si es cierto, Chuleta y yo nos miramos confundidos, yo estaba contento porque no tendríamos que pedirle el balón a Jorge, pero tenía miedo de las intenciones que tuviera Fernando.

Seguimos desayunando en relativa paz cuando se escucha el golpear la puerta fuertemente. Era el sonido como de campana que tienen las puertas de metal de la colonia, pero desesperado. Se levanta Julieta a abrir después de cantar el clásico “¡Voy!” que toda persona con puerta grita en el vecindario. Abre la puerta. Cacho ¿¡por qué no estás ya en la casa!? Me levanté como rayo, fui al cuarto de Chuleta y tomé mi mochila, corrí hacia la puerta de la entrada y vi a Julieta hablando con mi mamá. No se preocupe, estaba desayunando. Se portó muy bien. Me dio gusto que me defendiera, creo que lo dijo para no dejar al descubierto que ella misma no se había quedado en la casa. Yo decido si se porta bien o mal, ¡Cacho! Mi madre era buena persona pero no sabía tratar a la gente, menos así de enojada. Ya iba yo para la salida y me paré a escasos metros de la puerta. Tranquilícese, le aseguro que sólo vieron el futbol, desayunaron y me dijo que ya se iba a su casa. A ti puede que no te importe tu hijo, pero a mí sí y lo educo como mejor me parezca. Me sorprendió lo tranquila que seguía Julieta, pero no quería que siguiera discutiendo, terminarían por golpearse o algo. Salí a la puerta, mamá me tomó del brazo con fuerza; acepté mi derrota y agaché la cabeza, ni siquiera le di las gracias a la mamá de Chuleta por el desayuno. Siento una gran mano que me jala del otro lado, tan fuerte, al punto de detenernos a mamá y a mí. Mamá estaba a punto de voltear a gritarme pero vio que era Fernando quien me detenía. ¿Cuál es la prisa, doña? Repasó la figura de Fernando y me soltó callada y sorprendida; algún respeto le tenían todos en la colonia; mamá no se pudo contener. Es mi hijo y no son horas de estar fuera de casa ¿Y por eso tiene que ser grosera con la persona que lo alojó? ¿Tiene algún problema con Julieta? Pídale perdón. Perdón, le dijo a la mamá de Chuleta entre dientes. Y deje a su hijo en paz, puede que sea alguien en la vida y después no quiera venir a visitarla cuando esté usted pobre y vieja. Si hay algo que mi madre no soporta es que le digan pobre, pero peor se pone cuando le dicen vieja. ¿Entendió, señora? Temía que comenzara una batalla campal, pero en vez de eso vi tristeza en la mirada de mi madre, se reprimió y agachó la cabeza, la peor cara que le he visto a mi madre en mi vida. Vámonos, Cacho. Caminé hacia mi madre viendo a Fernando, extrañado, ¿qué tenía? Saludé a Chuleta que estaba en la puerta parado detrás de su mamá. Ni él ni yo comprendimos que esa plática cambiaría nuestras vidas. 

lunes, 8 de octubre de 2012

ALGUIEN EN LA VIDA (PARTE 3)


Cuando regresamos a su casa la comida ya estaba lista y su mamá ni saludó, estaba muy arreglada, tanto como se podía estar en la colonia. Ahí está la sopa y la carne, no comas nomás carne eh, que las verduras son buenas también. Le dio un beso en la frente y se fue ¿Desde hace cuánto que tu mamá te deja solo en la tarde? Tendrá una semana, no sé ¿por?, Nomás se me hace raro porque mi mamá nunca me deja solo ¿trabaja más tarde? No sé, sentenció finalmente mientras levantaba los hombros. No supe si sentarme o ayudar a servir; más que el hambre lo que me desconcertó fue la actitud de su mamá. Una señora con hijos no los deja solos, están en peligro de ellos mismos. Chuleta tomó todo como lo haría su madre y sirvió dos platos hondos de sopa, puso dos cucharas en la mesa, sacó las servilletas y la sal. ¿No vamos a tomar nada? Ah, de veras, me dice y saca de la alacena los vasos más extraordinarios decorados del mundial de Francia 98 y Coca Cola; el mío tenía la mascota, que no sabía qué era con precisión, pero se parecía a algún personaje de Plaza Sésamo. Puso la coca en la mesa y la sirvió helada. Su mamá cocinaba muy mal, por eso Chuleta le ponía tanta sal a todo. Lo único que me gustó de la sopa fue que tenía papa, pero había otras cosas como la zanahoria que me sabía horrible.

Todo eso, como el recuerdo, se me escapa rápido y me acuerdo mejor de las horas que nos vimos sentados en la televisión con el especial del partido pasado contra Bélgica y el golazo que nos alcanzó para el empate. Eran ilusiones que revivíamos gracias a la tele grandota que se abría camino en el pasillo que de un lado daba a la puerta del cuarto de la mamá de Chuleta y de frente al suyo. Ese día no nos peleamos por nada, excepto por cuándo íbamos a abrir las papas; total, él sería Jorge Campos, yo sería el Temo Blanco, qué importa. Después de unas horas viendo a Ponchito y Brozo hacer quiénsabe cuántas bromas en la tele logré convencer a Chuleta de que abriéramos una bolsa de papas, al cabo nos esperábamos hasta la noche para abrir las pizzerolas grandes. La tele ya no caminaba, era lo mismo la repetición de los mismos goles y los anuncios del partido que seguía, a transmitirse a las seis de la mañana “por el canal dos”. Se me hacía cínico cuando decía “espéralo”. No estaba haciendo más que esperar. De esperar así me comencé a cansar en un momento en que al darme cuenta que Chuleta no estaba siquiera al lado de mí en el sillón, yo también me fui a la cama dejando el piso repleto de morusas y la bolsa tirada al lado de los palitos de paletas. Cuidadosamente empujé a Chuleta a ver si se despertaba. Nada. Tenía un reloj de plástico sobre un mueble de madera mal laqueado, usado. El reloj tenía tres manecillas, dos negras y una roja. La roja la puse entre el cinco y el seis, ignoraba cuándo eran las 5:30 pero la mitad me pareció prudente. Antes de empujar con todas mis fuerzas la roca en que se había vuelto Chuleta escuché unos ruidos raros. En la colonia nunca se escucharon historias de ladrones o de niños desaparecidos, pero uno siempre tiene miedo. Me aventé como pude a la cama y jalé con todas mis fuerzas la cobija a la que tanto se aferraba Chuleta, no me alcancé a tapar la cara pero cerré los ojos muy fuertemente en la espera de no volver a escuchar nada; no sabías cuando el diablo venía a jalarte los pies por haber visto tanta televisión. Por eso mi mamá decía que no teníamos tele, no fuera a ser que el chamuco viniera por nosotros o se nos friera el cerebro. Yo sabía que no teníamos tele por pobres. Al menos las prioridades de mamá estaban en su lugar. Antes las ventanas que una telesota. Vuelvo a escuchar otros ruidos más fuertes. Me quedé aferrado a mis párpados duramente cerrados. Más ruidos perturbadores. Cubiertos mis ojos por las manos, no sé si por coraje o curiosidad, moví un índice y abrí el ojo izquierdo. Descubrí entre las penumbras la puerta vacía que daba a una pared de concreto sin pintar, pocas casas se pintan por dentro aquí, aunque de noche no se distinga. Me dije que era mi imaginación y cerré otra vez los ojos. De pronto unos pasos atacan mi sueño, me hago el valiente de nuevo y a través del vacío que me dejaba ver mi posición pude ver las piernas de la mamá de Chuleta caminar muy decididas a su cuarto. Tranquilidad, no es más que la persona que por derecho tendría que llegar aquí eventualmente. Se me había olvidado que en nuestro periplo televisivo nunca la vimos regresar. Ta con calma en la mente cerré los ojos mientras alcancé a ver que una mano acompañaba la pompi de la mamá de Chuleta. O quizá fue una sombra que se dibujó así, por mi imaginación tan miedosa.

Es muy tranquilo; beatitud cuando despertamos sin que nadie llegue a decirnos que hay que ir a la escuela. Me siento un poco sudado, pero bien. Me doy cuenta que estoy en una cama extraña, con el azul grisáceo que se mete por las ventanas justo antes de los primeros rayos directos del sol. Me estiro. La cama, vacía. Al despertarse, mis oídos escuchan un rumor de frituras triturándose, luego el burbujeo de gas. ¡El partido! Volteo al reloj que ya marca las siete con sus manecillas negras; es verdad, de algo me he perdido. Intento correr pero no necesito, el sillón está a dos pasos. Sobre de él se extiende toda la persona de Chuleta con sus piernas largas y orejas grandes, en la televisión se anunciaba un panorama sombrío: Holanda ya iba dos a cero sobre México. Chuleta se veía apaciguado. El canal 2 pregonaba que estábamos lejos de equipos grandes como Holanda con su Bergkamp, Davids, con Cocu que metió el primer gol y el otro que no me acuerdo cómo se llama, pero también metió gol. Todos los comentaristas pretendían ser prudentes pero se les escuchaba el sabor a derrota, de seguro ellos ya habían vivido otro mundial igual. No recuerdo a nadie, ni a Don Cuco con lo viejo que es, haber platicado de tiempos buenos de la selección, la costumbre era perder. Entonces comprendí la mirada pasiva de Chuleta; eran esos ancestros esparcidos en su sangre que le reclamaban por haber perdido, pero al mismo tiempo sólo les quedaba esperanza, de esa que sólo espera milagros porque no hay nada más en sus manos, que el vacío.

Chuleta, con el letargo que la hora ameritaba, me hizo espacio en el sillón. No sé si triste, pero me acomodé igualmente derrotado. Nosotros, ahí en ese mueblecillo desgastado, éramos el reflejo de nuestro equipo, quizá de todo el país. Párpados caídos por el cansancio y hambre, clavados en la televisión sin futuro claro, pero sin otra cosa por hacer tampoco. Fue doble decepción para mí, no sólo me perdí la mitad del encuentro, sino que también llegué con un equipo perdido. Inició el segundo tiempo, en la tele y en ese pasillo reinaba el silencio. Sí escuchábamos los comentarios, pero a volumen bajo, no se fuera a despertar su mamá. Tocan el balón los mexicanos de Claudio a Carmona, de Carmona a Aspe y luego Davids intercepta para dársela a Cocu, que por suerte la perdía atrás. Por ahí un pase, desvía Cocu de nuevo y ¡se acerca peligrosamente a la portería! Defensa terrible, pero Campos aseguraba que se mantuviera fuera. Un nerviosismo que nos pedía gritar, era imperativa la prudencia. De a poco México comenzó a tornarse color milagro. Por izquierda desbordaba el Matador, en medio se discutía Peláez con Blanco. Si íbamos a ser alguien del juego, yo ya no quería ser el Temo. Sentía con cada llegada que el corazón se me aceleraba con un tiro del Temo. Luego un cabezazo de Peláez. Ni Chuleta, ni yo, ni los holandeses sabían de dónde sacaban futbol estos hombres vestidos de blanco. Entre las acciones, nervios, pases fallidos, tiros, encontramos algo que en vez de tener a Chuleta desparramado y a mí embarrado al sillón, nos hizo adoptar una posición seria. Los dos nos sentamos, nos inclinamos hacia el televisor y pusimos los codos sobre las rodillas, algo estaba por suceder. Entonces desborda Holanda en un ápice de brillantez de Davids, pero antes de asustarnos está Campos; pequeño al lado de esos gigantes, en realidad hasta en México parecía chaparro. Así continuó, con muchos deseos e intentos de tirarle al portero holandés, pero nada. Llegó un tiro de esquina para México. En las jugadas de balón parado siempre nos ponemos nerviosos, más con que la selección iba para arriba. Germán Villa se preparaba para tirar, se perfila y manda la pelota al centro. Parecía pasado pero se elevó Peláez, le pega de cabeza, rebota en el piso, no sé quién se avienta y ¡Gol! Chuleta y yo gritamos de emoción, nos paramos y nos abrazamos por el resultado de tanta lucha, tanto ímpetu; de pronto escuchamos la puerta del cuarto de su madre retumbar. Nos callamos y continuamos viendo sonrientes la caja de luz, que ahorita nos daba alegrías. México se fue hacia adelante; era como si todas esas esperanzas que teníamos le dieran fuerza y habilidad para sorprender a los holandeses. No pasaron tres o cuatro minutos que el Matador desbordaba por izquierda con algunas bicicletas finteras que no se creía nadie, pero que con velocidad llegó un centro y luego nada. Holanda respondió inmediatamente. Teníamos el corazón retumbando cual tambor desesperado. La recupera Campos y el árbitro lo para antes del despeje. Volteé a ver a Chuleta, él tampoco entendía por qué el árbitro lo paraba, que porque había caminado mucho con el balón, decía el Perro Bermudez en la tele de volumen bajo. Sucedió lo más raro, los puso a tirar desde el área grande, pero no era penal, había defensores y todo ahí dentro. Era tan injusto y estábamos enojados. Al menos yo, puede que Chuleta también, pero el silencio impuesto por el sueño de su mamá nos limitaba la comunicación. Se acomodaron los holandeses muy contentos, México organizado  y en el pasillo de la tele, nerviosos. Otro gol era una tumba, sin mundial para nadie; se quedaron parados unos segundos con cara de horas, luego tiran, rebota, tira de nuevo y Campos seguro como ninguno. Ese pequeño susto parecía no echar atrás a los de blanco, seguían llegando, mandaban centros pero nada. Pasaron los minutos en intentos fallidos. Ya estaba por morir el partido, quizá quedaríamos fuera, quizá. DE pronto un pase largo, después de madia cancha, da con una cabeza y sigue avanzando, el Matador lo lleva en los pies, se pelea la bola con otro, se va a la izquierda y cayéndose patea el balón para ¡Gol!¡Gol! Ahora volvimos a gritar como locos sin importar que se enojara su mamá, empatamos y habría más mundial para México. Don Cuco tendría razón, quizá. Se abre la puerta y nos pasmamos, pero de ella no salió la mujer que es su madre, sino un hombre medio fornido pero un poco gordo. Cállense chamacos. Más que sorprendernos su torso desnudo y peludo, nos asustó que fuera un hombre el que saliera; más aún que fuera el de las trocotas grandotas, Fernando. 

lunes, 1 de octubre de 2012

ALGUIEN EN LA VIDA ( Parte 2 )


Desde aquel día comencé a tener popularidad entre los chicos. Todos me querían para su equipo, disque porque yo era el bueno. Hasta nos quitaban gente que me tocaba para estar parejos. Chuleta siempre estaba en mi equipo, al final de todo, nosotros éramos amigos de antes. La selección seguía jugando, al parecer tan bien que se iban a Francia al mundial. Chuleta se apanicaba porque los juegos serían en la madrugada y a esa hora la tiendita estaría cerrada.  Lo curioso es que Don Cuco deja su silla vacía si la puerta de aluminio está abajo. A mí me preocupaba que no iba a tener tiempo para sacar unas papas, nada. Porque cuando se juega el mundial todo el mundo se detiene, no hay ni partidos de las Chivas, ni del Atlas, ni del Neza, ni del Necaxa, ni de nadie. Todos los jugadores se juntan en un lugar secreto (o varios lugares) a ver a quienes sí jugarán por su país.

Poco antes de que comenzara junio Chuleta llegó inexplicablemente feliz a la escuela. Me sentaba al lado de él, como siempre, cuando en clase de Ciencias Naturales me dice algo así como en secreto. Voy a tener tele nueva, Cacho. ¡A color! En el momento me alegré, aunque no sabía si mi mamá me iba a dejar ir a ver los partidos de madrugada en casa de Chuleta; con eso de que mi mamá no hablaba bien de la mamá de Chuleta. Nadie en la colonia hablaba bien de su mamá. No es que dijeran maldades o que le supieran algo. Yo creo la envidiaban porque era muy joven y bonita, bien podía ser la hermana de Chuleta, muy mayor pero su hermana. Casi todas las mamás de por aquí eran parecidas a la mía: chaparrita, morenita y un poco gordita. Era un estereotipo o yo las veía a todas igual, por ahí alguna que se hacía mamá muy chica, pero eventualmente todas acababan igual, fuera por el trabajo, los hijos o un destino fatal. Todavía no eran vacaciones, pero después de rogarle tanto a mamá que me dejara, accedió. Quizá unos dolores de cabeza se ahorraría conmigo afuera, pues según ella yo nomás sabía hacerle eso. Nuestros días se llenaban de emoción en dos momentos: cuando jugábamos fut y cuando había un partido del mundial en la tele, el que fuera. Chuleta y yo teníamos un poder especial porque sólo nosotros sabíamos cómo había pasado el partido en la escuela, todos querían saber, pero al mismo tiempo querían aguardar la sorpresa. Después del partido contra Bélgica todos intentábamos el gol con patada volando de Cuauhtémoc Blanco ¡Un golazo! Ni a mí me salía, pero hacer un pase igual, imposible. Días después fuimos con Don Cuco, que nos decía que ‘ora sí, estos chamacos sí llegan lejos, mínimo a semifinal. Y cómo no lo iba a pensar después de menuda muestra de habilidad, no se diga la cuauhtemiña que era novedosísima. Ese día Don Cuco no olía tan feo y en frente estaba la camioneta de Fernando afuera de su casa, nadie vio llegar la típica polvareda. Chuleta esta vez nos compró un paquete grande de Pizzerolas que disque para ver el partido. Hoy jugamos contra Holanda, yo soy Jorge Campos y tú el Temo Blanco. Yo no quería ser como Blanco. Quería ser yo, allá en ese gran estadio, pero yo, jugando; luego regresaría a mi casa por unas papas, o un chocolate. Yo en realidad no quería representar a México, no tenía el sabor de “la camiseta” como decían en la tele. Yo quería jugar en una cancha así de bonita, grandota, la gente podría estar viendo o no, no importaba. Pero ¿para qué complicarlo con mis sueños burdos? Le dije que yo sería Blanco. Saltó a mi vista que no sólo compró papas, sino también paletas y más de dos tin larines. Y los compró, no robó nada. Mi mamá me dio dinero para que viéramos el partido en la madrugada, ahí tengo coca en la casa. Nos fuimos de la tienda directo a su casa, que estaba a tres cuadras de las mía.

Llegamos a su casa con nuestro arsenal de fritangas y su mamá no estaba. Nos pusimos sobre el sillón al lado de la cocina, en frente del cual, sobre una cómoda de madera vieja y desgastada estaba la grande televisión. No sabría decir cuál era su tamaño, pero apenas abrazándola la podía cubrir de lado a lado. Es cierto que el sillón estaba viejo y tenía pelusas pero era mucho mejor que acostarse en el piso de cemento helado. La vimos así de grande y mi primera reacción fue prenderla y abrir las papas para disfrutar de cualquier espectáculo que tuviera esa pantalla mágica para nosotros; pero antes de que tomara la bolsa Chuleta me detuvo. Primero hay que comer y guardar los dulces para el partido, porque si no, no vamos a alcanzar nada. Me pareció demasiado prudente para alguien que pretendía la reventa de objetos robados, pero no estaba en el error. O jugábamos o salíamos a comer. En un ratito llega mi mamá, igual vamos a ver si afuera juegan fut. Yo tenía hambre pero ¿qué es el hambre frente a un balón? O un bote, no importa.
Afuera nos encontramos a Rafita, Camilo y Yovani. Pusimos piedras como porterías y por ahí alguien encontró un bote de frutsi. Chuleta y yo contra ellos tres. Pero no está padre sin balón. Así se queja Camilo, juega pero a fuerzas. Pos sí, pero no es lo mismo jugar con bote que con pelota, le dije; que no se queje. Hay una idea muy específica por la cual el bote es preferible sobre una pelota cualquiera. Una pelota de plástico, es muy ligera, sólo tiene aire y se va a ningún lado; cuando se juega con pelota es más como un globo que se escapa y entonces el fut sí es lo que dicen las niñas: Un montón de niños tratando de alcanzar una pelota. El bote es algo más propio, más amistoso, menos mágico que un balón, es remilgoso ante los pies, pero obediente. Tiene el peso suficiente, corre bien para el enterregado piso. Comenzó el juego y era aquí que se nivelaban las cosas, no sentía yo los trucos del balón, me ganaban el bote con empujones y los pases siempre iban chuecos. Rafita se la pasa a Camilo, a él se la quita Chuleta con otro empujón, me la pasa, tiro y Yovani mete las manos. ¡Penal! Pero es portero; y qué, estamos jugando con bote, no hay portero ¡Sí es cierto! Aparte de que ustedes tienen uno más, no se vale. Creo que vieron la lógica en nuestros argumentos porque cedieron, pero en el penal sí habría portero. ¡Sin manos! Les gritó Chuleta. Un penal siempre es cosa especial y más con bote. Pareciera que las piedras se acercaron, que Yovani se hizo grande y lo peor de todo: Se siente como que esto fuera importante. Lo normal sería que lo pateara en alguna dirección y acabara con esto, pero la situación da para imaginar. Estoy en un estadio grande y vacío, es de noche y sólo hay dos luces, una que da a la portería y otra a mí. Los dos nos encandilamos y por eso ponemos cara de enojo, pero es la luz y el sudor por correr a nuestros ojos. Yovani cubre al menos la mitad de la portería, izquierda o derecha, lo que importa es la potencia. Cierro los ojos y respiro hondo mientras Camilo narra. Un gran encuentro entre dos grandes, Brasil se enfrenta a Alemania, es el momento, señores. Cachiño tira a la portería de Yovanibecker. Abro los ojos, miro el bote y miro la portería. Cuatro pasos atrás, de nuevo el bote y la portería. Me enfilo directo, calculo derecha y disparo: por primera vez va hacia donde quiero, Yovani estira la pierna pero no alcanza. Se va por fuera de la portería pegándole a la piedra. ¡Tramposos! Yo vi cuando Rafita movió la piedra. Nocierto, respondió en defensa; no es mi culpa que sea malo éste. Mala tu abuela, le dije. Ya, mejor vámonos, éstos nomás hacen trampa. Tú, Chuleta eres bien mentiroso, Rafita no movió nada. Pero ya tenía yo hambre y sí perdimos y no sé si Rafita movió la piedra pero Chuleta lo dijo, y prefiero creerle a él que a cualquier otro amigo.

lunes, 24 de septiembre de 2012

ALGUIEN EN LA VIDA

Creo que el solo concepto de estar vivo y tener la mala fortuna de nacer humano te convierte en alguien ¿o no? No sé si era una enfermedad común en el barrio eso de querer lo mismo, pero algo era seguro: nadie sabía responder a la pregunta “¿haciendo qué?” Creían que convertirse en esta criatura mística comúnmente conocida como “alguien”, simplemente consistía en tener los mejores carros, las mejores drogas y las mejores mujeres; en resumen, los mejores juguetes. De entrada, ninguno de nosotros a esa edad sabíamos para qué eran las mujeres, pero como veíamos a Don Cuco, el borracho de la tiendita (nunca andrajoso, pero siempre barbón) que se la pasaba soñando en voz alta con Camila y que después del trance nos contaba sus aventuras de “padrote” como dice; pues por eso pensábamos que era bueno tener muchas mujeres. Sin embargo, lo que más nos hacía querer todo eso era cuando llegaba Fernando, en sus camionetas negras y grandes. Desde que veíamos una nube de polvo a lo lejos, sabíamos que Fernando traía su troca grandota con rines plateados. Lo que más nos abría la vista era cuando Don Cuco, si estaba despierto, se desvivía admirando la vida de ensueño de ese hombre de la camioneta. Ira nomás, pinche Fersito que yo lo conocía de chavito y ‘orita los viejorrones que trae. Aparentemente Fernando era el “alguien en la vida” de la mayoría de los que vivíamos por ahí. Para un montón de chiquillos cuyas casas tienen piso de tierra, o concreto cuando había suerte y cuyos papás si no trabajaban allá en la ciudad se habían ido “al otro lado”, Fernando no parecía un mal ejemplo. Pero Chuleta y yo qué sabíamos de eso a los seis años; él al igual que yo no entendía lo que significaba el suceso de “ser alguien”; Chuleta no sabía si ser futbolista encajaba en esa categoría pero él quería ser como Jorge Campos. Es una pulga voladora, decían Carlos y Alejandro, los dueños de la tienda. En los partidos de la selección, dejaban la tele prendida y que entrara el que quisiera. Chuleta de verdad no sabía nada de futbol, ni podía patear el bote de frutsi, pero creo que los colores del uniforme de Campos le hacían sentir padre, como niño chiquito que era. La costumbre de ver los partidos ahí se me convirtió en negocio porque el arrejuntadero de niños, más el volumen de la tele me dejaban sacar chicles, unos mamuts, o si me iba bien, unas pizzerolas. La tele estaba empotrada en una esquina, al lado estaba la torre de las paletas y el mostrador, detrás del cual Alejandro se sentaba a jadear porque su obesidad y nariz chata no lo dejaban respirar. Yo me metía entre los estantes de aluminio azul y a la discre me llevaba lo que saliera. Era un sistema de poca sofisticación, pero mucha elaboración. Como las papas y los chicles siempre estaban en el estante de en frente, yo llegaba, agarraba las cosas y las dejaba en el fondo, junto al papel del baño o detrás del aceite. Como Alejandro era muy flojo no las movería. ‘Ora chamaco ¿te vas a comprar algo o no? Me llevaba lo que quería atrás, justo una hora antes del partido. Finalmente agarraba algo y lo llevaba al mostrador ¿Cuánto cuesta éste? ¿Y éste? ¿Y el otro? En el punto que mi curiosidad y ojos de hambriento lo hartaban, me iba. Ya después antes del medio tiempo (Chuleta y yo éramos los primeros en llegar) hacía mi jugada. Era más seguro cuando jugaba la selección, a veces lo intentaba en los juegos de las chivas pero era más arriesgado, no había tanta gente.

Empezamos a ir a la primaria que quedaba bajando el cerro. Chuleta y yo íbamos en el mismo año, así que entre nosotros hicimos nuestra bolita de amigos. Naturalmente, casi todos querían ser futbolistas y había uno que tenía pelota. Jorge se creía mucho pero sólo lo trataban bien porque tenía el balón. A mí, el robo de chucherías de la tienda nunca se me había pintado como un negocio más allá, pero Chuleta insistió que si vendía las cosas más baratas, ganaríamos algo de dinero pero ¿para qué quería yo dinero? ¿Para comprar lo mismo que me robaba de la propia tiendita? No me parecía muy inteligente, así que yo robaba lo de siempre y le compartía parte del botín a Chuleta. Su verdadero nombre es Juan pero en la escuela le pusieron así por sus orejas enormes y en forma de alerón. Uno se esperaría algo más típico como “Dumbo” o “Chore”, pero acá tenían colmillo para los apodos. A mí no sabían qué ponerme, así que me quedé con Cacho, mi apellido. A la escuela ignorábamos a lo que íbamos, excepto a  platicar y a jugar futbol en el recreo y luego sentarnos a hablar mientras el profesor mal que bien no intentaba enseñar algo; a pesar de todo, nunca nos decía nada. Eh, Chuleta, cállate no seas payaso. Yo no dije nada, profe. El civismo es entonces la ciencia que; apláquense, chamacos. Y nos calmábamos, o fingíamos hacerlo. Entre nosotros había más niñas, pero eran una materia desconocida, eran como los niños, pero iban a baños diferentes y no usaban pantalón. Frágiles pero bien mentirosas. Había una que me hablaba bien porque llevaba papitas. Ándale, cachito, dame una papita, no seas malo; al cabo tú eres rebueno. Y así le daba unas papas a Florencia aunque no me gustaba compartir. Pero nomás no traía nada y ni “hola” me decía. Pasaron unos cumpleaños y otros días así, entre balones, papas y chicles robados.

Un día sin lluvia, pero con mucha nube, nos pusimos a jugar futbol. El profe Eduardo se había enfermado y no había sustituto; nadie se quería regresar a su casa, mejor quedarse jugando fut. Jorge no quería prestar su otro balón nuevo que porque ya le habíamos volado dos balones y que éste también. Después de rogar, cedió. Pero yo soy el capitán de mi equipo. Sí, Jorge, ya escoge. Ese día, hasta ahora me queda en la mente como algo especial, había un aire que me decía que esto era especial. Cuando lo recuerdo, todo se vuelve onírico: De repente todos éramos tan buenos como los Supercampeones y las nubes en vez de tener el gris aburrido usual, para mí eran negras y amenazantes, con relámpagos que se ramificaban a través del cielo y enredaban con sus espinas los nubarrones a punto de estallar en una tromba. Mi misión residía en defender nuestro terreno polvoroso del diluvio que acabaría con todos nosotros; sin embargo lo que yo más temía era la vida de Chuleta y de mi madre, pues no sabían nadar. Qué digo ¡Yo tampoco sabía nadar! Comenzamos a correr entre tornados, algunos seguían la pelota, mientras que había otros construyendo fuertes en sus porterías; nuestra tierra sólo tendría oportunidad de mantenerse seca con la condición de que dejáramos la piel por el futbol, ganara quien ganara. ¿Qué podíamos hacer con ocho años? Sin duda no nos compararíamos con Jorge Campos o Ramón Ramírez, al lado de ellos nosotros éramos cabras persiguiendo comida. Pero no fue simple como eso, al menos no para mí. Llegó el balón a mi pie, al tocarse pareció se besaran, saludándose cordialmente, el inicio de un baile cómoda, amigos de hace años. Sentía yo un deseo de moverme ágil, ser como aquellos jugadores de Brasil que al correr bailaban. Mi cuerpo era todavía torpe, mi imaginación dictaba movidas fantásticas capaces de simbrar la tierra, de ordenarle al cielo parar su amenaza; mis pies se atoraban, pero eran suficientes para engañar al contrario. Así pasé a Jorge, corrí al través de Yovani y dejé a Camilo parado; detrás de mí sabía que estaba Chuleta, si mi plan fallaba ya cubrían mi retaguardia. Sin vueltas, ni tapujos, llegué a la portería rival, con barricadas gigantes y un guardia imperante, entonces en un beso de despedida, mi derecha volvió a tocar el balón, pero no fue algo definitivo, porque sabía que un día volverían a danzar: tiré un trallazo que Rafita no pudo parar, fue un sentimiento que tardé en asimilar y vi por detrás de mí a todos, que no se podían explicar nada. Cacho metió gol solo, el cielo lo celebró con un llanto severo que al mojarnos nos recordó que no éramos guerreros, sino niños divirtiéndonos entre tierra y unos postes de aluminio. 

lunes, 10 de septiembre de 2012

CON LA CONCIENCIA EN CALMA



Es un momento que no se decide entre lo tráfico y lo bello. Cuando ella llega y al mirarte a los ojos, ya sabes que es tuya. Pero no es tan sencillo, ella no es una cualquiera y te lo hace saber. Quisiera hablarle de ti, evitar que me seduzca, pero hay un deseo en mí y un control en sus ojos de medusa, que me evitan la verdad, aunque tampoco pronuncio mentira alguna. Probablemente se seguirá acercando, te conocerá y te alabará, pero por la espalda me intente conquistar, aunque esto es cavilar de más. En mi taciturno andar, mi seca respuesta y sonrisa escondida, ella desaparece. Merodea entre pasillos, puertas y baños, quizá jugando, posiblemente existiendo por su parte, en otro lado. Como nada pasa la primera parte de la jornada, llega el tiempo de la comida, jadear un poco con cada deglución, insistir en el silencio y evitar el contacto visual con ella.

Me siento en la mesa, con mi comida, de mi lado, solo. Entra ella, contoneándose sin prejuicio de su cuerpo y elige el lugar que está del otro lado de la mesa, pero no al frente mío. Así como si nada se levanta por algo, pasa por mi lado y como sin querer su cadera roza tu hombro. Voltearás un poco, pues te acaba de increpar con su pierna. Respondes al llamado y justo ese día tenía que llevar la falda roja que le dibuja el vientre y redondea sus nalgas como una jugosa manzana. Como un corazón latente, por el cual pasan todas las arterias y venas llenas de plasma, de glóbulos rojos. Ese instante, que parece durar una eternidad te avergüenza, tu conciencia te humilla y verificas rápidamente si no has sido descubierto en el delicioso delito de mirar. No, su cola de caballo se menea y salta alegra, cadenciosa. Vuelves a tu comida que ahora es insípida en comparación a tu ritmo cardiaco. En ese momento piensas en ella y las explicaciones que debes de dar ¿Tiene que acabar este juego? Fatídicamente estás seguro que todo se caerá y el resto terminará por suceder. Sin ser creyente, te remites a lo que conociste en tu infancia y te preguntas cómo le hizo José para no acostarse con María. Era su esposa, al fin de cuentas. Tu duda es más terrena ¿cómo hizo para no irse con otra? Es probable que la costumbre le ganó a las agallas. También miedo; yo tampoco me metería con la mujer del señor que envía los rayos desde el cielo. Te metes tu pedazo de ensalada en la boca, masticas lento, pasivo y perdido. Eres un desperdicio de hombre y paradójicamente estás llevando esa potencia al máximo acto. Eres y sufres la transformación que conlleva ser. Las manos te sudan, el corazón te palpita acelerado, tus papilas gustativas se secan y todo lo que está en contacto con una superficie excreta sales en forma de líquido. Lo mejor es tu cerebro que en este proceso da toda la vuelta por las preocupaciones, estimaciones y limitaciones para llevarte a la contemplación de ti mismo y pensar en paralelo que te estás dando cuenta en tu reflexión que estás pensando; pero no sabes qué estás pensando. No lo dices ¿a quién sino a ella que tienes en frente, justamente después de haber tomado asiento? Su blusa de algodón y nylon rayada de negro y blanco deja entrever la conjunción de sus jugosos senos. No son grandes pero tampoco pequeños; se ven llenos de un néctar divino que por necesidad espiritual (o animal, ya no sabes) debes extraer. Es violento pero a la vez romántico; tienen la medida perfecta para caber en tu mano y su silueta adivina una forma para saborearlos, lamerlos, arrancarlos y ella te ve a la cara. Quizá, si no estuvieras atado, si no tuvieras un compromiso por cumplir con aquella otra mujer que llegó primero, puede que en vez de voltear a la cara y engullir casi hasta el ahogo, la vieras de regreso a los ojos para regalarle una sonrisa cómplice, seductora.

Ahora no puedes terminar de comer porque ella ya sabe que la viste y te tiene pendiendo de una correa. Sólo basta apretar el cuello e irás en la dirección que te indique. También crees eso y en lugar de usar una estrategia eficiente para alejarla, tomas el resto de tu plato y comes impacientemente mientras te pones de pie aunque no hayas terminado aún. Huyes porque hoy dejaste las garras en casa, con tu novia. Quieres verla, pedirle el valor de amarla y las armas para ignorar a tu pene, que ahorita piensa más que tú. Dejas tus trastes sin lavar y escapas a tu pequeño cubículo. Te pones a escribir frenéticamente todos esos reportes atrasados y ¡llega ella! ¿Qué hace tan rápido tras de ti? No puedes sostenerle ni una mirada, te pegas al ordenador y escuchas aquello que esperas sea una duda del trabajo. No lo es. Dice que es una cuestión personal y sólo a ti te tiene confianza ¡Entre toda esta gente! Hay más de una docena de mujeres en la oficina y sólo confía en ti. Te das cuenta que el protocolo social en estos casos indica que la mires a los ojos.  A esos ojos azules que de un modo te recuerdan a la chica que espera que le llames, todos los días. Te confiesa su amor. Su amor por otro. Te relajas, por un momento tu paranoia te indica que podría ser una indirecta, pero tu ego ya te ha ganado antes, sabes (y esperas) no ser tú. Escuchas cual idiota cuando sabes que quieres verla callar, morderse los labios de pasión carnal con su pecho desnudo bajo el tuyo y su espalda a la merced de tus manos. Otra vez estás perdido en su cuerpo, sus piernas largas, sus caderas bien torneadas y sus senos perfectos. Luego regresas a su cara mientras tragas arena. Temes la delación de tu pubis y cruzas las piernas fingiendo estar interesado. Suelta una lágrima y se la limpias con la mano, la abrazas y la besas en la frente, todo por un reflejo afectivo que te gana. Te tilda de amigo comprensivo y te dice un ‘ojalá fueras tú’ que sabe a ‘eres tú en realidad’. Sigues bajo la hipnosis feromónica y mientras se va vuelves a ese trasero tan suplicante de sexo, de tu sexo. Sigues, hasta que por algo se para, tienes la misma reacción tonta de antes, pero ahora te topas con su mirada; te declaras culpable cuando ella levanta un hombro, se pasa la mano sobre la oreja y te sonríe con los ojos.  Tú y ella deciden, sin decirlo, que habrán de de ser mutuos en algún momento. La evitas, te encierras, sudad. Todo fue una trampa, una vil treta para seguir el camino que ingenuo creías poder evitar. Presionas las teclas. Tac, tac, tac, tac. No bebes, apenas respiras y procuras pasar saliva por el resto del día. Consultas el reloj en tu mano, el de la pared y el de la computadora. Tac, tac, tac, tac. Quieres evitarla. Ya casi es hora de salir y tienes la posibilidad de salir limpio, de ir a refugiarte en tu novia, en ella que desde antes te ha querido.

El nervio te hace olvidar marcarle, así como dejas el celular en la oficina ya cerrada. No importa, no quieres el riesgo de encontrarte con su falda roja, caminas con prisa a tu auto sin despedirte de nadie. Estás a poco más de diez metros de llegar a tierra segura, de escapar y escuchas tu nombre. Viene de esa voz sin melodía pero con un tono un poco raspado, sensual. Ahí estás, al lado de tu carro, listo para irte y se cuela entre ti y la puerta. Se miran a los ojos, te pregunta tus planes inmediatos y de ti sólo viene lo mismo. Te invita al cine, lugar universal para tocarse en los asientos de atrás. Por fin reaccionas bien y le dices que quedaste de ver a tu novia. Ella actúa normal, no le molesta. Será para otra ocasión. Y se despiden. Acercas tu cuerpo despacio, no quieres tocar pero tu brazo ya rodea su espalda. Tus yemas recorren los centímetros de tela pasando por un brasier mal asegurado. Ella se sabe, se quiere tuya. Es este el momento. Se deja acurrucar bajo tu brazo, se acomoda perfectamente y antes de acercar su mejilla a la tuya contonea la falda hasta que se recarga en tu pantalón. Desde que levanta la cabeza para despedirse apunta sus labios al frente, sin insinuar nada pero sin esconderse. Tú, como sin querer, besas derecho, si no la tendrás no te hará daño probar un poco. La besas ahí donde usualmente va el cachete y las comisuras de sus labios. No sabes si es tu imaginación, pero sientes humedad en la boca, un resquicio de su lengua. Lo disfrutas y también sacas tu lengua, esperando tocar la suya. Por un momento mínimo, listos para comerse en serio, rozan sus narices y se ven a los ojos. Los abre grandes mientras su otro brazo se cuelga de tu cuello y tu mano los hace juntar los ombligos. Todo ha sucedido, se besan sin control, suben al auto. Se besan mientras alcanzas sus bragas, ella roza tu miembro con tu mano y lo aprieta. Su humedad te da ganas de penetrarla ahí, a la vista de nadie pero ella te detiene, aquí no.

Manejas con ella de copiloto y es ahora todo prudencia, estás arrepentido y quieres salir ahora que puedes. Pero no puedes. Ella no te toca, ves esos hoteles de paso, nervioso. Qué bueno que eligió su casa. Estás en el carril de en medio y de frente se acerca un camión, piensas podría ser buena idea. Abrir la puerta y oprimir el reset, excepto que no vuelve tu vida al inicio, o puede que sí, nadie ha regresado a desmentirlo, al mismo tiempo sería estúpido. Te interrumpe su voz ronca que te suplica mejor aquí, ya te quiero en mí. Te estacionas, ves carros, un hombre, dinero y ya están en un cuarto. Ella se baja las bragas frente a ti y te quieres inventar una excusa, la excusa perfecta: los preservativos. Le aseguras tu retorno, sellas el pacto con un beso y una caricia a su sexo. Corres al auto, lo enciendes y arrancas esperando a chocar muy pronto. La velocidad es buena pero no mayor a tu taquicardia. Te calmas y encuentras un teléfono público; de esos que todavía aceptan monedas. Hablas con tu chica y le dices que la amas (pues es ahora más cierto que nunca) estás tranquilo de escuchar su voz, es la cura, es la calma. Después te inventas un cansancio del trabajo, cuelgas y vas a la farmacia de al lado.

No sabes por qué, decides volver. Acabar con el deseo, hacer esto sin pensarlo, sin sentirlo, pero hacerlo con los sentidos. Abres el cuarto y ella está aburrida, ve la televisión con desidia. Luego su tono de voz seductor se vuelve suplicante, ya no es lo que era; la cargas y la llevas a la cama, la desvistes con furia, no quieres traicionar a tu amada pero prefieres hacerlo con el cuerpo que regresar a ella pensando en otra. Te vuelves dictador, director de la escena. Le arrancas el sostén y le bajas la blusa, descubres esos pechos ahora caídos, le bajas la falda mientras la besas. Te quita el pantalón y te sacas la verga, pones el condón y sin preguntar la penetras maquinalmente. Y te vienes, y se acuesta, y te lavas todo, esperando que con ello te limpies la mente también. Te vistes y sin disculpas o despedidas te vas, con el cuerpo maculado y la conciencia en calma, ignorando si el condón se rompió. Sales con la frente en alto, aunque sepas que todo eso, irá detrás de ti, a cazarte.

martes, 4 de septiembre de 2012

LA MEDIANA EDAD


¡Ding!¡Ding!¡Ding!

5 a.m. Apagar despertador. 05:05 a.m. volver a apagar despertador. Decirle a Lucía que ya voy. Incorporarme. Tallarme los ojos. Poner lente ¿dónde diablos están esos lentes? Lentes. Luz de buró. Prenderla. Apagarla porque le molesta a Lucía. De pie. Pantuflas, porque el piso del baño está muy frío. Pared, buró, buró ¡cajón! ¿Por qué nunca lo cierra? Buró, pared, baño. Cerrar la puerta. Prender luz. Entrecerrar los ojos. Tasa. Mear. Tirar cadena. Lavamanos. Agua. Agua a la cara. Los lentes, otra vez mojé los lentes. Abrir los ojos. Ver cara, cabello. Cada día que lo observo veo menos pelo. Tallar ojos. Secar lentes. Toalla. Quitar camiseta. Quitar trusa. Prender regadera. Entrar. ¡Qué fría está el agua! Champú. Jabón. Agua, sigue fría. Escuchar a Lucía. Ya voy. Que me escuche. Buenos días, Ramón. Buenos días, amor. Costumbres, ¿qué son hoy? Salir del baño. Que Lucía entre. Calzón. Calcetines. Pantalón. Camisa. Los lentes, esos mentados lentes. Abrir puerta ¡Está helando, ciérrale! Ya voy, dejé aquí los lentes. Frío. Rasurar. Abrir de nuevo la puerta y escuchar las quejas de Lucía, mucho frío, dice. Rastrillo. Crema. Rastrillo y crema. Cortada, sangre, quema un poco, cae sobre la camiseta, es interior, no importa. After shave, arde un poco más que la herida pero ha de desinfectar. Camisa, por fin, no se nota la mancha, no se pasa. 5:40 a.m. despertar a Lucy, Marcela y Pablo. No le quise poner mi nombre, es el más chico y aunque sea el único hombre (y espero que el último) sería demasiado egoísmo. Que el niño sea diferente, que sea su propio ser sin buscar ser yo, no que sea malo, sólo que no es muy prometedor. Tocar puertas, prender la luz del pasillo, sin ser tan militar, aparte que deben de aprender a levantarse siempre temprano, el pan no llega solo a la casa. Bajar a la cocina, tomar las naranjas, sacar el jamón, preparar el huevo, no importa si está muy caro, pronto el precio tendrá que bajar, hueveros abusivos, si supieran lo que sufrimos por su causa. Leche para Pablo, prender la cafetera. Antes hay que poner el filtro, poner agua en la jarra. Así estará caliente más antes.  Prender la estufa y sacar el aceite, ponerle poco, con que no se pegue. Primeras gotas de café, el aceite arde y el jamón está cortado. Aventar todo el huevo. En la tele están las noticias y se escuchan las dos regaderas, las niñas las comparten, no tenían que ser dos, pero Pablo salió hasta el tercer intento. En las noticias otro aumento a la gasolina, Loret de Mola sonriente como siempre, su auto ha de ser híbrido o también aumentó su sueldo. La leche para Pablo. Entra Lucía, hoy tiene guardia. Hace el jugo y lo cuela. Tin, el café está listo. Baja Lucy dormida, a sus 14 años llora por café, no sabe el mal que le hace, tómese su jugo y coma su huevito. Sí, papá. Siempre tan obediente, tal cual debe, para eso la de criado, buena mujer que cocine y obedezca. Aunque ésta todavía no agarra un sartén. Pablo ya está listo y despeinado. Lucy, peina a tu hermano. Lucía se va con su taza al baño de las niñas. Que ahora también están cerradas las entradas a las laterales, que agarre la central desde la glorieta de Lapislázuli. ¡Bendita mierda! Que regresa Lucy sola, ¿qué te dije de que peinaras a tu hermano? Mamá lo está peinando, me dijo que podía desayunar. Baja Marcela, hace un par de semanas que tuvo su primera regla, menuda molestia. Baja Lucía con Pablo, tan bien peinado y bien portado. Lo vas a hacer inútil de tanto que lo chiqueas. Está chiquito, todavía no importa, aparte ahí están sus hermanas. Ay no, qué flojera ¿Flojera qué? le digo a Marcela ¿Qué no te cuidamos a ti cuando estabas más pequeña? Sí, pero. Pero, nada.

6:30 a.m. Me lavo los dientes y estoy en el carro, está muy respondona ésta. Las noticias. A  esta hora no hay tráfico. Lucía quedó de llevar a los niños. Mañana me toca a mí, regularmente no me molesta llevarlos, lo que me preocupa es el tráfico, en el cual me veo atrasado, sobre todo cuando está la entrada del periférico; no pasa nada, hoy voy temprano y el día empieza bien, así ha de seguir. Un par de semáforos, vuelta a la izquierda, pongo flecha, se atora. Saco la mano. Lo malo es que no hay taller que abra los domingos ni después de las 6 p.m. y lo arregle rápido. No lo puedo dejar en la agencia porque sale muy caro. Paso un tope, la caseta de seguridad, muestro mi identificación y llego al estacionamiento. Tarjetón de horario, lo checo a las 7:15 a.m. y tengo tiempo de sobra para servirme otro café. No hay nadie en la zona común, estiro las piernas sentado en el sillón, miro el control de las horas. 7:30 a.m. Gómez. Martínez. Juan Manuel. Don Ramiro. Ni una mujer llega a tiempo, yo creo que no están hechas para esto, se deberían de quedar en casa si no pueden, llevan mejor la administración del hogar, les falta colmillo para esto. 7:55 a.m. Mi escritorio, prendo mi computadora. Abrir la lista de pendientes, hoy toca revisar el lote que terminaron ayer, siete mil microchips para sensores de movimiento. Tomar la lista. Prueba aleatoria por lotes de cuatrocientos y un último de doscientos. Uno, completo. Dos, completo. Tres. Cuatro. Cinco. Seis. Siete. Doce. Dieciséis. Veintiocho. Revisar la factura. Comprobar pago. Vaciar información. Sorbo al café. Imprimir reporte. Enviar copia a departamentos. Otra vez. Chips para sillas motorizadas. Revisión. Lote. Odiar este trabajo. Pegarme con una caja suelta. Reportar. Registrar. Hora de comer.

Cerrar los ojos.

Quitar los lentes. Tallar los ojos. No hay gotas. Celular. Contestarlo. Es la escuela, Pablo tuvo un accidente. Tranquilo, está bien. Hay que llevarlo a casa. Que vaya su mamá. No está en su trabajo Debe de estar asistiendo en operación. Urge que vayan por él, está muy alterado. ¿No hay una ronda que se lo pueda llevar? Tengo que hablar con el director. Un momento. Colgar. Marcar a Lucía. Suena. Silencio. Suena. Silencio. Buzón. Extraño. Hablar escuela. Pedir una hora. Pedir permiso en trabajo. Explicar al practicante los procedimientos consecuentes. Asegurar todo. Llaves. Carro. Seguridad. Identificación. Tráfico. Tráfico. Semáforo. La fila de camionetas en tercer carril con intermitentes de señoras que recogen del kínder de en frente a sus niños. Estacionamiento y oficina del director. Se peleó otra vez. Sangre en la nariz, está expulsado por tres días. Qué bueno que se defienda. Me dijeron que mi mami ya no va a vivir en la casa porque ya no te quiere y voy a tener otro papá. Y no es cierto. Qué bueno que les pegaste, hijo. Que aprendan. Ahora te dejo en la casa y esperas a que lleguen tus hermanas, porque yo tengo que regresar a la oficina. Pero tengo hambre. 3:20 p.m. llegamos a la misma hora que las niñas. Pedimos comida. Lavar mis dientes y regresar a la oficina, hace unos meses que no comía en casa. Marcar a Lucía. ¿Cómo que se peleo? Está suspendido por tres días, se va a quedar en casa. No, llévatelo al trabajo de castigo. Está bien, a ver si aprende algo. Hoy es libre, se lo ganó por defender el nombre de su familia. Carro. Otra vez atorada la flecha. Mano. Seguridad. Identificación. Tope. Estacionamiento. Ficha de horario. Revisar pendientes. Ya llegué, señor. El practicante tiene un ataque de nervios. Tranquilo, ahorita lo arreglamos. Revisar lote. Prueba aleatoria. Muestras. Vaciado en la computadora. Registrar anomalías. Beber agua. Siguiente lote. Revisar anomalías. Tres de cuarenta muestra con errores. Vaciado en computadora. Reportar anomalías. Beber agua. Pasar dos comprimidos. Resumen de actividades. Parte BD2 completa, problemas con número de parte C42A21, C834A7. Cerrar libros, salvar el documento, salvar respaldo de disco duro. Apagar computadora. Apagar ficha. Carro. Identificación. Seguridad. Tope. Tráfico. Un choque. Cambiar ruta. Tráfico. Semáforo. Vuelta. Callejón. Casa. Niños cenan cereal, yo también. Lucía llega hasta mañana a mediodía. Está bien. Cuarto. Cajón abierto, lo cerré hoy en la mañana. Etiquetas de ropa nueva. Calzones y brasier negros con motas blancas, borde rosa al final. De por sí, siempre está lleno el cajón. Dientes. Pijama. Dormir.

¡Ding!¡Ding!¡Ding!
Apagar despertador. 05:05 a.m. apagar despertador. Lámpara. Pared. Buró. Pared. Baño. Los lentes, luego. Regadera. Ropa. Barba. Lentes. Niños. Desayuno ¿Por qué Pablo no va a la escuela Porque se portó mal, acaben de desayunar. Dientes. Tráfico. Escuela. Tráfico. Semáforo. Semáforo. Flecha, atorada. Mano. Tope. Caseta. Identificación. Estacionamiento. Córrele, Pablo, que llego tarde. No chille, sea hombrecito. Te duermes adentro. Ficha registrada a las 7:50 a.m. Computadora. Pendientes. Diez lotes. Ahí duérmete. Prueba aleatoria. Muestras. Computadora. Reporte. Café. Café. Lote dos. No molestes, Pablo. Computadora. Reporte. Café. Hora de comer. Vente, Pablo. No vamos a casa, mamá está dormida. Comida. Agua. Dos comprimidos. Cállate, niño. Muestras computadora. Reporte. Marcar a casa. Lucía ¿Cómo te fue, mi vida? Bien, Ramón, gracias. Ella prepara cena. Mañana no está a mediodía, que Pablo venga otra vez. Pero cómo chilla. Porque lo tienes bien chiqueado. Está chiquito. Y qué, mañana te lo llevas. Pasado descanso, que se quede contigo. Trato. Adiós. Resumen. Ficha. Quitar los lentes. Apagar computadora. Tope. ¡Qué cansado! Carajo día. Identificación. Seguridad. Tráfico. Pablo llega dormido. Casa. Cena. Cierro el cajón. Dientes. Noche.

¡Ding!¡Ding!¡Ding!

Despertar. Pared. ¡Otra vez ese puto cajón! Baño y lentes, pinches lentes. En la oficina. Los de contacto. Baño. Vámonos, niñas. Pablo, tú también. Adiós, amor. Adiós Ramón. Así me dice ahora. Salimos. Pinches lentes de contacto. Escuela. Adiós, papi; sólo lo dice Marce. Pablo duerme. La direccional sigue pegándose. Saco mano. Tope. Caseta e identificación. Estacionamiento. 8:02 a.m. verifiqué tarde. A seguir trabajando. Computadora. Lote. Revisión. Pablo, estáte. Otra mierda de muestras. Reporte. Computadora. Segundo muestreo. Hora de comer. Hoy sí nos vamos a la casa. Caseta, identificación, tope. Poco tráfico. Vuelta. Incorporación. Claxon a lo lejos. ¿Para qué me enojo si el de la prisa es él? Papi, quiero ir a ese restorán. No, mijo, vamos a la casa. Motor acelerado. Ándale, papi. Claxon. No, te digo. Pero, papi. Las revoluciones fuertes. Está bien, pues. Direccional, ahora no se pega. Freno.  Tuerzo el volante. Sí papi ¡qué padre! Meto la mano. Claxon, rechinido de llantas, volteo, viene de frente. Acelero un poco. Vueltas, miles de vueltas. Pablo cálmate, no llores que todo está bien. Papi. Lágrimas. Todo da vueltas, el pecho me duele como si me hubieran enterrado un puñal. Papi. Silencio. Oscuridad.

Tin, tin, tin, tin, tin…

Ese sonido. Oscuro. Es el sonido de un… algo. Huele a muerto embalsamado. Tin. Tin. Pasos. Hojas que dan vuelta. Mi cuerpo. ¡Pablo! Abro un ojo. Todo es blanco. Un cuerpo de mujer vestida de enfermera. Se ven sus bragas. Negras con puntos blancos. Una mano llega a su trasero. Le baja ligeramente el pantalón. La orilla del calzón rosada. Aquí no. Qué importa, está dormido. Cierro el ojo. Oscuro. Silencio.

¡Ding!¡Ding!¡Ding!

¿Qué? Perdón, amor, no quité la alarma. Duérmete. Mi costado. Se mueve Lucía, no prende la luz. Es sigilosa. Yo llevo a los niños, me dieron chance en el hospital. ¿Pablo? No le pasó nada, está bien. Quiero ir al baño. Pared. El brazo izquierdo dentro de un yeso. Uso la derecha para caminar. Levantarse a mear, de los pocos placeres que tiene uno, para darse cuenta de que sólo vive para resistir puros embates de mierda, pero igual es una vida que he luchado para mantener. En la juventud veía claro el horizonte, ahora veo el pasar de los días, donde el límite está al final del día, lo único que importa más que trascender y todos esos juegos pueriles, es llegar al fin de semana, estirar los pies y sonreír porque hay comida en la mesa y una película en la televisión.

viernes, 31 de agosto de 2012

PROFESOR (DEMAGOGO)



Busca sagaz, una rima tenaz
sin ser su conocimiento
más que una nota fugaz.

Crear bajo el juramento
de que creer es el mejor ungüento
para la ignorancia cualitativa
y la estupidez cuantitativa.

Un prestidigitador de frases
que rondan cuales aves rapaces
sobre cabezas mal adornadas
y un montón de corazones incapaces.

lunes, 27 de agosto de 2012

DÍA DE LLUVIA - Parte 2


Un fuerte viento se cuela por las ramas del guayabo hacia la ventana, ahora que acabe esta partida Javier se decidirá a cerrarla. Tal vez no. Sopla más fuerte y entra bastante agua. Pero está reacio a cerrarla porque puede perder una vida, con eso el récord y quizá la partida. Va en ascenso perfecto y ¡un trueno espantoso! Cae agua a raudales y se le hela la espina. Desconcertado dispara a todos lados y aprovecha su confusión para cerrar la ventana, ya hay un charco en el piso. Nunca había sentido miedo por una sola tormenta, pero estar tan cerca de ella, expuesto por su ventana abierta, le dio un poco para temer. Pero todo tranquilo, no había perdido la vida.

En media hora ha recorrido una cantidad cercana a un kilómetro. No parece tan poco, pero en este mundo en el cual los autos supuestamente nos acercan más rápido a otros lugares, es paradójico cómo a veces hacen los trayectos más lentos y pesados. Ya la lluvia anegó todo por encima de las llantas. Todos encienden sus luces a media tarde y el aire acondicionado calienta las manos de Ximena. La gente no acaba de comprender que se mueven tan poco porque está inundado y son demasiados. Tampoco entienden que el claxon no es un artefacto mágico que hace que se abra el camino. Qué estrés. El cielo está gris pero parece una cascada. La marca de gasolina está ya muy cerca de la e, pero no hay luz que se prenda todavía, no hay  de qué alarmarse.

Va una hora de juego y la lluvia parece no amainar. Todo está bien mientras las paredes se mojen y su juego continúa con tranquilidad. Desde aquel trueno no escucha más que lejanos golpeteos del cielo, pensar que hasta ahora ha perdido sólo una vida es impresionante. Luego un trueno más cercano y potente. Es raro que con la lluvia no se haya ido el internet. Llega otro trueno de mayor duración. Le sorprende más que la luz no se haya ido. Un estruendo que atraviesa las paredes, las ventanas y llega directo al miedo en Javier. No sabe si es una señal de las nubes que le advierten sobre apagar su aparato antes de que algo peor pase. Pierde otra vida. Se asoma al patio que ahora parece fosa. Dos truenos continuos. Esto se torna más angustiante para Javier. Pero el juego está bien. Sube el volumen de la televisión y todo es disparos, explosiones, gritos de ayuda, pero no truenos, eso no.

La luz de la reserva se ha encendido. Lo ventajoso es que a unos trescientos metros está una gasolinera, lo mejor es que está sobre el nivel del agua que casi tapa las luces. Al principio, cuando llueve, una se siente segura porque va en carro, pero con el cielo así de gris – voltea a ver al cielo – bueno, ya no tanto. Pero eso no es lo que asusta, sino que cuando vez para abajo y en vez de llantas ves agua – le dice Ximena al despachador. De pronto una rama enorme cae sobre los autos, llega a abollar uno de ellos. Esa pudo haber sido Ximena, le llega la desesperación y el alivio. Muy amable, le cobran y le dicen que se pueden estacionar al lado mientras se tranquiliza el tráfico. Ximena sigue su conejo. Se estaciona, se escucha un trueno a lo lejos, allá donde el cielo sigue negro. Mira por sobre su cabeza  y suspira ¿cómo estaría Javier? ¿Tendría el miedo que ella? Por una parte qué bueno que no vino.

Los golpeteos de las gotas se intensifican sobre las ventanas de Javier. Más volumen. Otros truenos sordos. Dos víctimas más, eso le da ánimos. La lluvia parece cantarle a Javier, le anuncia que haga lo que haga caerá. No, son ideas mías – se dice Javier mientras se tapa con su cobija. Un trueno más intenso. Voltea al guayabo y no le ve más que la rama que apunta a su ventana ¡Lo matan de nuevo! Tendrá que comenzar de nuevo, cuando se apaga todo: el juego, internet, la luz. Sólo queda el ensordecedor clamor de la lluvia y los relámpagos amenazantes ávidos de protagonismo, hambrientos del miedo de Javier. Más allá de eso todo es silencio. No sabe si buscar las velas o esperar a que la luz regrese. Prende su celular para no quedar a solas en tal tormenta. La lluvia baja y se da cuenta de la batalla de gritos que había entre su  tele y la lluvia. Ahora un callado goteo. Es hora de ir por las velas. Va en la puerta cuando un estruendo infernal lo hace gritar de miedo, voltea al guayabo que tiene una llama discreta a medio tronco. Qué cerca siente la muerte Javier; aún siendo niño. El fuego se disipa rápido. La luz vuelve. Javier duda si tomar el juego o no. Qué importa, la luz retornó y la lluvia se calmó. El guayabo resuena. Javier siente calor, abre la ventana, ya no hay tanta alarma. El juego comienza y baja el volumen de la tele. Un crujido más. Quizá más volumen ayude; una granadas para allá y ¡el maestro ha regresado, señores! El guayabo se vence y cae. TheMaster__MexComander quiere verlos arder. El guayabo continúa cayendo, apunta su rama como una lanza. Algunas vidas por aquí y otras más que ha salvado para si mismo. La gravedad es implacable, el guayabo atraviesa el umbral y se entierra en la cabeza de Javier como un hacha en la madera.

Qué caos. Al menos ya está en lo seguro. Ximena sólo ve una horda de automóviles atorados bajo pocas gotas ya. Todos se apeñuscan al lado de la rama, para rodearla, pero nadie deja pasar a nadie, no hay comprensión. El agua comienza a bajar y ya sabe su madre que hoy no alcanzará a ir, sólo falta que baje más el agua y se regresa a casa. Javier, no se la pasará tanto tiempo solo. No busca entenderlo. Mira al cielo y ya no hay gris, está un amarillo que viene del horizonte, muy extraño. Baña a todo del mismo tono vivo. En frente, como tomando los colores que olvidó el sol, hay dos arcoíris. Fuertes y definidos. Ximena piensa en uno para Javier y otro para ella. Qué preocupación y qué tristeza le da. Si tan sólo saliera un poco, dejara de estar encerrado, podría apreciar el mundo en el que realmente vive, donde sólo tiene una vida y por eso debe aprovecharla.