Un fuerte
viento se cuela por las ramas del guayabo hacia la ventana, ahora que acabe esta
partida Javier se decidirá a cerrarla. Tal vez no. Sopla más fuerte y entra
bastante agua. Pero está reacio a cerrarla porque puede perder una vida, con
eso el récord y quizá la partida. Va en ascenso perfecto y ¡un trueno
espantoso! Cae agua a raudales y se le hela la espina. Desconcertado dispara a
todos lados y aprovecha su confusión para cerrar la ventana, ya hay un charco
en el piso. Nunca había sentido miedo por una sola tormenta, pero estar tan
cerca de ella, expuesto por su ventana abierta, le dio un poco para temer. Pero
todo tranquilo, no había perdido la vida.
En media hora
ha recorrido una cantidad cercana a un kilómetro. No parece tan poco, pero en
este mundo en el cual los autos supuestamente nos acercan más rápido a otros
lugares, es paradójico cómo a veces hacen los trayectos más lentos y pesados.
Ya la lluvia anegó todo por encima de las llantas. Todos encienden sus luces a
media tarde y el aire acondicionado calienta las manos de Ximena. La gente no
acaba de comprender que se mueven tan poco porque está inundado y son
demasiados. Tampoco entienden que el claxon no es un artefacto mágico que hace
que se abra el camino. Qué estrés. El cielo está gris pero parece una cascada.
La marca de gasolina está ya muy cerca de la e, pero no hay luz que se prenda
todavía, no hay de qué alarmarse.
Va una hora de
juego y la lluvia parece no amainar. Todo está bien mientras las paredes se
mojen y su juego continúa con tranquilidad. Desde aquel trueno no escucha más
que lejanos golpeteos del cielo, pensar que hasta ahora ha perdido sólo una
vida es impresionante. Luego un trueno más cercano y potente. Es raro que con
la lluvia no se haya ido el internet. Llega otro trueno de mayor duración. Le
sorprende más que la luz no se haya ido. Un estruendo que atraviesa las
paredes, las ventanas y llega directo al miedo en Javier. No sabe si es una
señal de las nubes que le advierten sobre apagar su aparato antes de que algo
peor pase. Pierde otra vida. Se asoma al patio que ahora parece fosa. Dos
truenos continuos. Esto se torna más angustiante para Javier. Pero el juego
está bien. Sube el volumen de la televisión y todo es disparos, explosiones,
gritos de ayuda, pero no truenos, eso no.
La luz de la
reserva se ha encendido. Lo ventajoso es que a unos trescientos metros está una
gasolinera, lo mejor es que está sobre el nivel del agua que casi tapa las
luces. Al principio, cuando llueve, una se siente segura porque va en carro,
pero con el cielo así de gris – voltea a ver al cielo – bueno, ya no tanto.
Pero eso no es lo que asusta, sino que cuando vez para abajo y en vez de
llantas ves agua – le dice Ximena al despachador. De pronto una rama enorme cae
sobre los autos, llega a abollar uno de ellos. Esa pudo haber sido Ximena, le
llega la desesperación y el alivio. Muy amable, le cobran y le dicen que se
pueden estacionar al lado mientras se tranquiliza el tráfico. Ximena sigue su
conejo. Se estaciona, se escucha un trueno a lo lejos, allá donde el cielo
sigue negro. Mira por sobre su cabeza y
suspira ¿cómo estaría Javier? ¿Tendría el miedo que ella? Por una parte qué
bueno que no vino.
Los golpeteos
de las gotas se intensifican sobre las ventanas de Javier. Más volumen. Otros
truenos sordos. Dos víctimas más, eso le da ánimos. La lluvia parece cantarle a
Javier, le anuncia que haga lo que haga caerá. No, son ideas mías – se dice
Javier mientras se tapa con su cobija. Un trueno más intenso. Voltea al guayabo
y no le ve más que la rama que apunta a su ventana ¡Lo matan de nuevo! Tendrá
que comenzar de nuevo, cuando se apaga todo: el juego, internet, la luz. Sólo
queda el ensordecedor clamor de la lluvia y los relámpagos amenazantes ávidos
de protagonismo, hambrientos del miedo de Javier. Más allá de eso todo es
silencio. No sabe si buscar las velas o esperar a que la luz regrese. Prende su
celular para no quedar a solas en tal tormenta. La lluvia baja y se da cuenta
de la batalla de gritos que había entre su
tele y la lluvia. Ahora un callado goteo. Es hora de ir por las velas.
Va en la puerta cuando un estruendo infernal lo hace gritar de miedo, voltea al
guayabo que tiene una llama discreta a medio tronco. Qué cerca siente la muerte
Javier; aún siendo niño. El fuego se disipa rápido. La luz vuelve. Javier duda
si tomar el juego o no. Qué importa, la luz retornó y la lluvia se calmó. El
guayabo resuena. Javier siente calor, abre la ventana, ya no hay tanta alarma.
El juego comienza y baja el volumen de la tele. Un crujido más. Quizá más
volumen ayude; una granadas para allá y ¡el maestro ha regresado, señores! El
guayabo se vence y cae. TheMaster__MexComander quiere verlos arder. El guayabo
continúa cayendo, apunta su rama como una lanza. Algunas vidas por aquí y otras más que ha salvado para si mismo. La gravedad es implacable, el guayabo atraviesa el umbral y se
entierra en la cabeza de Javier como un hacha en la madera.
Qué caos. Al
menos ya está en lo seguro. Ximena sólo ve una horda de automóviles atorados
bajo pocas gotas ya. Todos se apeñuscan al lado de la rama, para rodearla, pero
nadie deja pasar a nadie, no hay comprensión. El agua comienza a bajar y ya
sabe su madre que hoy no alcanzará a ir, sólo falta que baje más el agua y se
regresa a casa. Javier, no se la pasará tanto tiempo solo. No busca entenderlo.
Mira al cielo y ya no hay gris, está un amarillo que viene del horizonte, muy
extraño. Baña a todo del mismo tono vivo. En frente, como tomando los colores
que olvidó el sol, hay dos arcoíris. Fuertes y definidos. Ximena piensa en uno
para Javier y otro para ella. Qué preocupación y qué tristeza le da. Si tan
sólo saliera un poco, dejara de estar encerrado, podría apreciar el mundo en el
que realmente vive, donde sólo tiene una vida y por eso debe aprovecharla.
¿y por qué tuvo que morir?
ResponderEliminar¿Quién dice que murió?
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