lunes, 1 de octubre de 2012

ALGUIEN EN LA VIDA ( Parte 2 )


Desde aquel día comencé a tener popularidad entre los chicos. Todos me querían para su equipo, disque porque yo era el bueno. Hasta nos quitaban gente que me tocaba para estar parejos. Chuleta siempre estaba en mi equipo, al final de todo, nosotros éramos amigos de antes. La selección seguía jugando, al parecer tan bien que se iban a Francia al mundial. Chuleta se apanicaba porque los juegos serían en la madrugada y a esa hora la tiendita estaría cerrada.  Lo curioso es que Don Cuco deja su silla vacía si la puerta de aluminio está abajo. A mí me preocupaba que no iba a tener tiempo para sacar unas papas, nada. Porque cuando se juega el mundial todo el mundo se detiene, no hay ni partidos de las Chivas, ni del Atlas, ni del Neza, ni del Necaxa, ni de nadie. Todos los jugadores se juntan en un lugar secreto (o varios lugares) a ver a quienes sí jugarán por su país.

Poco antes de que comenzara junio Chuleta llegó inexplicablemente feliz a la escuela. Me sentaba al lado de él, como siempre, cuando en clase de Ciencias Naturales me dice algo así como en secreto. Voy a tener tele nueva, Cacho. ¡A color! En el momento me alegré, aunque no sabía si mi mamá me iba a dejar ir a ver los partidos de madrugada en casa de Chuleta; con eso de que mi mamá no hablaba bien de la mamá de Chuleta. Nadie en la colonia hablaba bien de su mamá. No es que dijeran maldades o que le supieran algo. Yo creo la envidiaban porque era muy joven y bonita, bien podía ser la hermana de Chuleta, muy mayor pero su hermana. Casi todas las mamás de por aquí eran parecidas a la mía: chaparrita, morenita y un poco gordita. Era un estereotipo o yo las veía a todas igual, por ahí alguna que se hacía mamá muy chica, pero eventualmente todas acababan igual, fuera por el trabajo, los hijos o un destino fatal. Todavía no eran vacaciones, pero después de rogarle tanto a mamá que me dejara, accedió. Quizá unos dolores de cabeza se ahorraría conmigo afuera, pues según ella yo nomás sabía hacerle eso. Nuestros días se llenaban de emoción en dos momentos: cuando jugábamos fut y cuando había un partido del mundial en la tele, el que fuera. Chuleta y yo teníamos un poder especial porque sólo nosotros sabíamos cómo había pasado el partido en la escuela, todos querían saber, pero al mismo tiempo querían aguardar la sorpresa. Después del partido contra Bélgica todos intentábamos el gol con patada volando de Cuauhtémoc Blanco ¡Un golazo! Ni a mí me salía, pero hacer un pase igual, imposible. Días después fuimos con Don Cuco, que nos decía que ‘ora sí, estos chamacos sí llegan lejos, mínimo a semifinal. Y cómo no lo iba a pensar después de menuda muestra de habilidad, no se diga la cuauhtemiña que era novedosísima. Ese día Don Cuco no olía tan feo y en frente estaba la camioneta de Fernando afuera de su casa, nadie vio llegar la típica polvareda. Chuleta esta vez nos compró un paquete grande de Pizzerolas que disque para ver el partido. Hoy jugamos contra Holanda, yo soy Jorge Campos y tú el Temo Blanco. Yo no quería ser como Blanco. Quería ser yo, allá en ese gran estadio, pero yo, jugando; luego regresaría a mi casa por unas papas, o un chocolate. Yo en realidad no quería representar a México, no tenía el sabor de “la camiseta” como decían en la tele. Yo quería jugar en una cancha así de bonita, grandota, la gente podría estar viendo o no, no importaba. Pero ¿para qué complicarlo con mis sueños burdos? Le dije que yo sería Blanco. Saltó a mi vista que no sólo compró papas, sino también paletas y más de dos tin larines. Y los compró, no robó nada. Mi mamá me dio dinero para que viéramos el partido en la madrugada, ahí tengo coca en la casa. Nos fuimos de la tienda directo a su casa, que estaba a tres cuadras de las mía.

Llegamos a su casa con nuestro arsenal de fritangas y su mamá no estaba. Nos pusimos sobre el sillón al lado de la cocina, en frente del cual, sobre una cómoda de madera vieja y desgastada estaba la grande televisión. No sabría decir cuál era su tamaño, pero apenas abrazándola la podía cubrir de lado a lado. Es cierto que el sillón estaba viejo y tenía pelusas pero era mucho mejor que acostarse en el piso de cemento helado. La vimos así de grande y mi primera reacción fue prenderla y abrir las papas para disfrutar de cualquier espectáculo que tuviera esa pantalla mágica para nosotros; pero antes de que tomara la bolsa Chuleta me detuvo. Primero hay que comer y guardar los dulces para el partido, porque si no, no vamos a alcanzar nada. Me pareció demasiado prudente para alguien que pretendía la reventa de objetos robados, pero no estaba en el error. O jugábamos o salíamos a comer. En un ratito llega mi mamá, igual vamos a ver si afuera juegan fut. Yo tenía hambre pero ¿qué es el hambre frente a un balón? O un bote, no importa.
Afuera nos encontramos a Rafita, Camilo y Yovani. Pusimos piedras como porterías y por ahí alguien encontró un bote de frutsi. Chuleta y yo contra ellos tres. Pero no está padre sin balón. Así se queja Camilo, juega pero a fuerzas. Pos sí, pero no es lo mismo jugar con bote que con pelota, le dije; que no se queje. Hay una idea muy específica por la cual el bote es preferible sobre una pelota cualquiera. Una pelota de plástico, es muy ligera, sólo tiene aire y se va a ningún lado; cuando se juega con pelota es más como un globo que se escapa y entonces el fut sí es lo que dicen las niñas: Un montón de niños tratando de alcanzar una pelota. El bote es algo más propio, más amistoso, menos mágico que un balón, es remilgoso ante los pies, pero obediente. Tiene el peso suficiente, corre bien para el enterregado piso. Comenzó el juego y era aquí que se nivelaban las cosas, no sentía yo los trucos del balón, me ganaban el bote con empujones y los pases siempre iban chuecos. Rafita se la pasa a Camilo, a él se la quita Chuleta con otro empujón, me la pasa, tiro y Yovani mete las manos. ¡Penal! Pero es portero; y qué, estamos jugando con bote, no hay portero ¡Sí es cierto! Aparte de que ustedes tienen uno más, no se vale. Creo que vieron la lógica en nuestros argumentos porque cedieron, pero en el penal sí habría portero. ¡Sin manos! Les gritó Chuleta. Un penal siempre es cosa especial y más con bote. Pareciera que las piedras se acercaron, que Yovani se hizo grande y lo peor de todo: Se siente como que esto fuera importante. Lo normal sería que lo pateara en alguna dirección y acabara con esto, pero la situación da para imaginar. Estoy en un estadio grande y vacío, es de noche y sólo hay dos luces, una que da a la portería y otra a mí. Los dos nos encandilamos y por eso ponemos cara de enojo, pero es la luz y el sudor por correr a nuestros ojos. Yovani cubre al menos la mitad de la portería, izquierda o derecha, lo que importa es la potencia. Cierro los ojos y respiro hondo mientras Camilo narra. Un gran encuentro entre dos grandes, Brasil se enfrenta a Alemania, es el momento, señores. Cachiño tira a la portería de Yovanibecker. Abro los ojos, miro el bote y miro la portería. Cuatro pasos atrás, de nuevo el bote y la portería. Me enfilo directo, calculo derecha y disparo: por primera vez va hacia donde quiero, Yovani estira la pierna pero no alcanza. Se va por fuera de la portería pegándole a la piedra. ¡Tramposos! Yo vi cuando Rafita movió la piedra. Nocierto, respondió en defensa; no es mi culpa que sea malo éste. Mala tu abuela, le dije. Ya, mejor vámonos, éstos nomás hacen trampa. Tú, Chuleta eres bien mentiroso, Rafita no movió nada. Pero ya tenía yo hambre y sí perdimos y no sé si Rafita movió la piedra pero Chuleta lo dijo, y prefiero creerle a él que a cualquier otro amigo.

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