Desde aquel día
comencé a tener popularidad entre los chicos. Todos me querían para su equipo,
disque porque yo era el bueno. Hasta nos quitaban gente que me tocaba para
estar parejos. Chuleta siempre estaba en mi equipo, al final de todo, nosotros
éramos amigos de antes. La selección seguía jugando, al parecer tan bien que se
iban a Francia al mundial. Chuleta se apanicaba porque los juegos serían en la
madrugada y a esa hora la tiendita estaría cerrada. Lo curioso es que Don Cuco deja su silla
vacía si la puerta de aluminio está abajo. A mí me preocupaba que no iba a
tener tiempo para sacar unas papas, nada. Porque cuando se juega el mundial
todo el mundo se detiene, no hay ni partidos de las Chivas, ni del Atlas, ni
del Neza, ni del Necaxa, ni de nadie. Todos los jugadores se juntan en un lugar
secreto (o varios lugares) a ver a quienes sí jugarán por su país.
Poco antes de que
comenzara junio Chuleta llegó inexplicablemente feliz a la escuela. Me sentaba
al lado de él, como siempre, cuando en clase de Ciencias Naturales me dice algo
así como en secreto. Voy a tener tele nueva, Cacho. ¡A color! En el momento me
alegré, aunque no sabía si mi mamá me iba a dejar ir a ver los partidos de
madrugada en casa de Chuleta; con eso de que mi mamá no hablaba bien de la mamá
de Chuleta. Nadie en la colonia hablaba bien de su mamá. No es que dijeran
maldades o que le supieran algo. Yo creo la envidiaban porque era muy joven y
bonita, bien podía ser la hermana de Chuleta, muy mayor pero su hermana. Casi
todas las mamás de por aquí eran parecidas a la mía: chaparrita, morenita y un
poco gordita. Era un estereotipo o yo las veía a todas igual, por ahí alguna
que se hacía mamá muy chica, pero eventualmente todas acababan igual, fuera por
el trabajo, los hijos o un destino fatal. Todavía no eran vacaciones, pero
después de rogarle tanto a mamá que me dejara, accedió. Quizá unos dolores de
cabeza se ahorraría conmigo afuera, pues según ella yo nomás sabía hacerle eso.
Nuestros días se llenaban de emoción en dos momentos: cuando jugábamos fut y
cuando había un partido del mundial en la tele, el que fuera. Chuleta y yo
teníamos un poder especial porque sólo nosotros sabíamos cómo había pasado el
partido en la escuela, todos querían saber, pero al mismo tiempo querían
aguardar la sorpresa. Después del partido contra Bélgica todos intentábamos el
gol con patada volando de Cuauhtémoc Blanco ¡Un golazo! Ni a mí me salía, pero
hacer un pase igual, imposible. Días después fuimos con Don Cuco, que nos decía
que ‘ora sí, estos chamacos sí llegan lejos, mínimo a semifinal. Y cómo no lo
iba a pensar después de menuda muestra de habilidad, no se diga la cuauhtemiña
que era novedosísima. Ese día Don Cuco no olía tan feo y en frente estaba la
camioneta de Fernando afuera de su casa, nadie vio llegar la típica polvareda.
Chuleta esta vez nos compró un paquete grande de Pizzerolas que disque para ver
el partido. Hoy jugamos contra Holanda, yo soy Jorge Campos y tú el Temo
Blanco. Yo no quería ser como Blanco. Quería ser yo, allá en ese gran estadio,
pero yo, jugando; luego regresaría a mi casa por unas papas, o un chocolate. Yo
en realidad no quería representar a México, no tenía el sabor de “la camiseta”
como decían en la tele. Yo quería jugar en una cancha así de bonita, grandota,
la gente podría estar viendo o no, no importaba. Pero ¿para qué complicarlo con
mis sueños burdos? Le dije que yo sería Blanco. Saltó a mi vista que no sólo
compró papas, sino también paletas y más de dos tin larines. Y los compró, no
robó nada. Mi mamá me dio dinero para que viéramos el partido en la madrugada,
ahí tengo coca en la casa. Nos fuimos de la tienda directo a su casa, que
estaba a tres cuadras de las mía.
Llegamos a su casa
con nuestro arsenal de fritangas y su mamá no estaba. Nos pusimos sobre el
sillón al lado de la cocina, en frente del cual, sobre una cómoda de madera
vieja y desgastada estaba la grande televisión. No sabría decir cuál era su
tamaño, pero apenas abrazándola la podía cubrir de lado a lado. Es cierto que
el sillón estaba viejo y tenía pelusas pero era mucho mejor que acostarse en el
piso de cemento helado. La vimos así de grande y mi primera reacción fue
prenderla y abrir las papas para disfrutar de cualquier espectáculo que tuviera
esa pantalla mágica para nosotros; pero antes de que tomara la bolsa Chuleta me
detuvo. Primero hay que comer y guardar los dulces para el partido, porque si
no, no vamos a alcanzar nada. Me pareció demasiado prudente para alguien que
pretendía la reventa de objetos robados, pero no estaba en el error. O
jugábamos o salíamos a comer. En un ratito llega mi mamá, igual vamos a ver si
afuera juegan fut. Yo tenía hambre pero ¿qué es el hambre frente a un balón? O
un bote, no importa.
Afuera nos
encontramos a Rafita, Camilo y Yovani. Pusimos piedras como porterías y por ahí
alguien encontró un bote de frutsi. Chuleta y yo contra ellos tres. Pero no
está padre sin balón. Así se queja Camilo, juega pero a fuerzas. Pos sí, pero
no es lo mismo jugar con bote que con pelota, le dije; que no se queje. Hay una
idea muy específica por la cual el bote es preferible sobre una pelota
cualquiera. Una pelota de plástico, es muy ligera, sólo tiene aire y se va a
ningún lado; cuando se juega con pelota es más como un globo que se escapa y
entonces el fut sí es lo que dicen las niñas: Un montón de niños tratando de
alcanzar una pelota. El bote es algo más propio, más amistoso, menos mágico que
un balón, es remilgoso ante los pies, pero obediente. Tiene el peso suficiente,
corre bien para el enterregado piso. Comenzó el juego y era aquí que se
nivelaban las cosas, no sentía yo los trucos del balón, me ganaban el bote con
empujones y los pases siempre iban chuecos. Rafita se la pasa a Camilo, a él se
la quita Chuleta con otro empujón, me la pasa, tiro y Yovani mete las manos.
¡Penal! Pero es portero; y qué, estamos jugando con bote, no hay portero ¡Sí es
cierto! Aparte de que ustedes tienen uno más, no se vale. Creo que vieron la
lógica en nuestros argumentos porque cedieron, pero en el penal sí habría
portero. ¡Sin manos! Les gritó Chuleta. Un penal siempre es cosa especial y más
con bote. Pareciera que las piedras se acercaron, que Yovani se hizo grande y
lo peor de todo: Se siente como que esto fuera importante. Lo normal sería que
lo pateara en alguna dirección y acabara con esto, pero la situación da para
imaginar. Estoy en un estadio grande y vacío, es de noche y sólo hay dos luces,
una que da a la portería y otra a mí. Los dos nos encandilamos y por eso
ponemos cara de enojo, pero es la luz y el sudor por correr a nuestros ojos.
Yovani cubre al menos la mitad de la portería, izquierda o derecha, lo que
importa es la potencia. Cierro los ojos y respiro hondo mientras Camilo narra.
Un gran encuentro entre dos grandes, Brasil se enfrenta a Alemania, es el
momento, señores. Cachiño tira a la portería de Yovanibecker. Abro los ojos,
miro el bote y miro la portería. Cuatro pasos atrás, de nuevo el bote y la
portería. Me enfilo directo, calculo derecha y disparo: por primera vez va
hacia donde quiero, Yovani estira la pierna pero no alcanza. Se va por fuera de
la portería pegándole a la piedra. ¡Tramposos! Yo vi cuando Rafita movió la
piedra. Nocierto, respondió en defensa; no es mi culpa que sea malo éste. Mala
tu abuela, le dije. Ya, mejor vámonos, éstos nomás hacen trampa. Tú, Chuleta
eres bien mentiroso, Rafita no movió nada. Pero ya tenía yo hambre y sí
perdimos y no sé si Rafita movió la piedra pero Chuleta lo dijo, y prefiero creerle
a él que a cualquier otro amigo.
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