miércoles, 18 de julio de 2012

LA ESPERA EN EL IMSS

Lo trascendente de un requisito burocrático es que desde que te levantas, ya tienes el letargo más grande del mundo. Desde el momento en que sabes que más tarde en el día irás a encontrarte con largas filas (sea lo que sea) y con papeleos aparentemente inútiles. No importa si ya hiciste todo el pre-registro en línea.

No sólo soy un nini, sino que soy un nini que tiene que sacar su número de seguridad social porque así en mi hipotética chamba tendré el poder de una inscripción al INFONAVIT y así abrir mi crédito hipotecario para una casa de huevo donde la gente cree que puede vivir con una familia. Uno sí, a toda madre en cuarenta metros cuadrados, pero ya con chamacos y mujer, ya cala. En fin, yo nunca he querido ser asalariado, pero como soy más flojo que los tornillos de un taxi chilango, creo que eventualmente mi necesidad de comer y beber bonito me exigirán conseguir algo estable, por más denigrante que sea.

Para evitarles detalles inservibles, me sitúo en mi automóvil llegando por copias del acta de nacimiento, de la IFE y del CURP. Recuerdo que la primera vez me ensartaron con $50 porque no traía la curp impresa, entonces váyase a la papelería de aquí a media cuadra y que le impriman su curp. Y ahí voy de pendejo. Esta vez encontré un estacionamiento no muy lejos, me hice de valor y con papeles en mano me encaminé hacia mi burocrático destino. La visita a cualquier delegación del IMSS es fabulosamente aterradora. Es una entrada grande, hay filas de personas saliendo hasta la banqueta. Entre ellos pude ver alguno que otro que parecía no tener prisa, ni estar nervioso, ni ocupado. Simplemente, era un cazador. Algún coyote. Entro directo a la mesa de ayuda (así le llamo yo, la verdad ignoro si tiene un nombre. Le trato de explicar que yo ya tenía mi número pero que lo había perdido cuando me dio una ficha y me indicó ventanilla. Ni tiempo de dar las gracias, ahora me tocaba esperar.

El lugar, repleto de gente sentada, enfrente, como una fortaleza enemiga, se extienden las ventanillas que todas sirven para un propósito diferente, parece ser. En la espera pude ver que se venden sueños por las paredes, entre los montones de personas esperando a veces son más de ayuda que los propios funcionarios. Una vez que logré encontrar asiento en una esquina escondida (por ello no me explicaba lo de la fila afuera) me puse a ver la parafernalia de personas que merodeaba por el lugar. Mujeres que vienen solas, detrás de ellas (o al lado) hay uno que otro hombre que furtivamente mira su trasero. Detrás de las ventanillas parece haber un mundo grande con muchas computadoras de tecnología antiquísima. Tanta gente y uno esperando. En la zona de créditos hay siempre un grupo de sátrapas cazando a los derechohabientes desavisados. Estos seres míticos reparten tarjetas que prometen "¡Más lana para ti!" con la obviedad de una oveja al lado del eslogan. Entre ellos hay uno que me llama más la atención, el espécimen ideal: Un vendedor de "créditos preaprobados" con chaleco verde, blanco y naranja con la leyenda de "Yo tengo más lana para ti". Tiene sus brazos cruzados y mira a todos lugares como un centinela aburrido. Viste zapatos toscos de gamuza con suela de goma, jeans clásicos con el azul más marino, camiseta morada bajo el gran chaleco y para que no se confunda con cualquiera, él sí lleva reloj. Un campeón entre los vendedores de créditos.


Además de estos agentes-coyotes-magos-falsosmecenas están todas esas personas que no consiguen asiento y están al acecho de uno (el mío, claro está). Creo que cederé ante la presión ocular, no importa si la numeración electrónica que anuncia los turnos con la voz de alguna colombiana o venezolana, dice que faltan al menos veinte personas más antes de mi. Lo bueno es que vengo armado de un libro y de un chingo de paciencia. La incertidumbre es vasta pues el orden de los números no es seguido y hay que estar al acecho del altavoz extranjero que se va del 808 al 3452 en todas las ventanillas posibles, así, al azar.


Por fin se acerca mi número y me avecino de la ventanilla cuatro, mi predilecta donde llevo toda mi documentación preparada. 2134 a la ventanilla 4, 2135 a la ventanilla 4, 2136 a la ventanilla 4 y yo tengo el 2138, ya no falta tanto. 5293 a la ventanilla 19, 1243 a la ventanilla 1, 1908 a la ventanilla 13, 2011 a la ventanilla 5, 1019 a la chingada todo porque llevo otros quince minutos aquí parado.

Me fijo fuertemente en la ventanilla 4, el hombre parece estar disfrutando la vida, en mi lógica del lugar y el momento (después de una chingada hora) me era normal, pues de seguro tendrían que atender una cuota máxima y para eso hay que tomarse su tiempo. Después llama a las personas por su nombre, acuden con él y se van contentas. ¡Qué la chingada para cuándo... 2168! Por fin, sonriente y con papeles en mano voy. ¿Ya tenías número o vienes por nuevo? - me dijo el muchacho. Ya tengo, lo que pasa. ¿Me presta su identificación? - se la doy, como debe de ser. Yo le llamo, espéreme allá. Me uno al rebaño, una fila atrás de las sillas donde hay gente parada viendo a las ventanillas como zombies. Hago lo mismo, no ha de tener nada de malo, y espero mi nombre. Llego emocionado, me entregan mi IFE y mi número en una carta sellada. Era todo. El pinchi papeleo, pa' qué. Dos horas para eso.

La clave está en estar trucha, no tener miedo, pues si no es la gente que trabaja ahí, los demás que esperan siempre están contentos de ayudar en algo, después de todo ellos tienen que esperar al menos otra hora, les sirve de distracción. Llegar, ignorar la fila, venir armado de tus papeles, paciencia, libros, celulares, incluso acompañantes; cualquier cosa para distraerse. Entonces llegas a pedir ficha para tu trámite, donde te dirán de qué vas, qué necesitas y te darán tu ficha, pero sobre todo y lo más importante, te dirán una cosa: ¡que esperes!

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