Me aventuro a la historia, provecho.
Es de esos días en que no quieres respirar, en que todo lo que el sol no alcanza a iluminar parece familiar. Estaba un tiempo en la acera, esperando a que el camión pasara. Ni siquiera era una esquina, era una banqueta vil y bien cuidada, con un poco de pasto que entresalía de las separaciones de las lozas. Ya ni siquiera veía al horizonte, sabía que si esperaba ahí más tiempo, en algún momento se le concedería el honor de que un método de transporte (ya ni siquiera era el camión) lo recogiera al fin. Mientras estaba ahí, mientras era ahí, pues eso era lo que mejor hacía: ser; empezó a descubrir dentro de sí cualidades que un transportista cualquiera quisiera para su vehículo, incluso para su negocio. De alguna manera, sabía todos los diferentes funcionamientos de una máquina de combustión interna; tenía conocimientos sobre eléctrica básica. No parecía un pasajero cualquiera; en las noches, sobre la misma banqueta, cantaba a la luna, que esperaba un día bajara a visitarlo, decirle que todo estaba bien; pero nunca lo hizo.
Pasaron semanas y no pasaba nada, nadie; parecía todo un lugar segado, se sentía ciego; o simplemente solo, no sabía describir lo que sentía. Cuando no cantaba, tomaba unas pelotas y se ponía a malabarar, cuando no entendía por qué lo hacía, sólo sabía que le gustaba. Perdido entre todas las cosas que aprendió en la espera de algo que no sabía si existía se fue a sentar en el porche de una casa abandonada, pero que curiosamente tenía una silla bastante limpia. Aprendió a estar ahí. Un buen día bruscamente se movió para recoger una flor, y un tornillo salido le rasgó el antebrazo y la mano. Pero no sangró, salieron telarañas y un montón de aire. Se sentía raro, era diferente sangrar a ver salir de una herida a insectos voladores y a telarañas. Supuso que no necesitaba del plasma rojo para vivir. Un buen día pasó un camión circense, que se paró justo a la entrada del porche en el que moraba; así que sin verlo bien, se acercó, cuando se dio cuenta que había todo lo que el sabía apreciar, se emocionó y corrió hacia el circo rodante; pero la percepción del camino lo hizo ver un paseo muy largo, pero lo logró, llegó al pie del autobús, cuando leyó en sus puertas cerradas: ‘No estamos contratando’. El camionero sólo lo vio, porque tenía que hacerlo; se volteó y se fue, con todas las ilusiones de él adentro. Cuando se encontró solo, vio en su herida un líquido rojizo, muy parecido a la tristeza.
Por Mauricio Julián
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